En tiempos de Jesús la población mundial era de unos 200 millones de habitantes. Incluso en muchas sociedades antiguas los índices de natalidad y mortalidad estaban ligados a los ciclos biológicos relacionados con el impacto de las enfermedades y epidemias, el clima, las catástrofes naturales, el tipo de alimentación y las guerras. Por ejemplo, durante el Imperio Romano se reportan muchos casos de envenenamiento y de penosas enfermedades por el uso del aluminio en la preparación de los alimentos. Incluso hoy los científicos todavía estudian a fondo la razón por la cual civilizaciones enteras desaparecieron de la faz del planeta, dejando un conjunto de conocimientos muy profundos y monumentos arquitectónicos que sorprenden por su solidez milenaria, pero aun así no pudieron dominar el entorno que las diezmó. Lo cierto es que por centurias el número de habitantes de la Tierra se mantuvo en una media baja dada su extensión y cantidad de recursos disponibles.
Hoy ocurre lo contrario. Pese a las guerras mundiales, las pestes, los desastres naturales, las armas bacteriológicas, las nuevas enfermedades, los desastres atómicos o la terrible contaminación que padecen las urbes más pobladas del orbe, la especie humana se multiplica. La ciencia poco a poco ha ido derrotando varias enfermedades endémicas, dominando el entorno y por ello la esperanza de vida ha crecido centuria tras centuria.
Para el caso colombiano, por ejemplo, se recuerda que en 1810 el actual territorio de la República albergaba un millón de habitantes. Tras terribles y sucesivas guerras que marcaron la atroz sangría del silgo XIX, como el conflicto de “Los mil días”, para el año 1900 el país contaba con 4 millones de habitantes, teniendo Bogotá 100.000 y 45.000 Medellín. Si se calcula que hacia el 2000 la población colombiana era de 40 millones, entonces quiere decir que en un siglo se multiplicó por diez. Dicen los expertos que si Estados Unidos hubiese crecido en natalidad al mismo ritmo de Colombia, la hoy potencia sería un país tercermundista. Lo cierto es que el aumento poblacional de ciudades como Bogotá, amenaza con convertirla en otra Pekín o Ciudad de México, en donde el volumen de habitantes supera la capacidad de las urbes y genera problemas estructurales, contaminación y se afecta la calidad de vida.
El poblacional es un asunto prioritario en todo el planeta, que debe analizarse con vocación de corto, mediano y largo plazos, pues cuando se agotan los recursos no renovables, la regulación del volumen de habitantes gana cada vez más importancia.