* Agobio de la política polarizante
* Hora de los acuerdos verdaderos
La acreditada revista inglesa The Economist, en la edición semanal que comenzó a circular este jueves, le sugirió al presidente Gustavo Petro poner más énfasis en el pragmatismo en vez de recurrir al populismo rutinario. Es decir, sacar avante las reformas que ha puesto a consideración del Congreso, y que llevan más de un año y medio de debate y desgaste, a partir de lograr consensos y encontrar caminos viables para obtener las modificaciones que pretende.
No es, por supuesto, una mala sugerencia cuando se entiende que la administración pública tiene un instrumento de valía en la concertación. Es esta mecánica, justamente, la que permite encontrar la máxima cantidad de voluntad política en la resolución de los problemas que aquejan a los países y sus habitantes, sin distingo. Por lo contrario, regodearse en la pugna, profundizar los puntos de desencuentro, conduce a la polarización estéril e impide desarrollar la vocación de futuro, que es la plataforma esencial de toda democracia vigorosa y el activo fijo prioritario en cualquier balance nacional.
Es apenas obvio que el desenvolvimiento de un sistema democrático nace, en principio, de un disenso conceptual sobre cómo orientar las dispersas energías colectivas hacia propósitos definidos. Pero del mismo modo para nadie es secreto que de ese disentimiento inicial es menester pasar a un acumulado político consensuado que es, finalmente, el que se consigna en leyes y reformas, por lo general, luego de arduas discusiones. Salvo, claro está, que se tengan unas mayorías partidistas tan determinantes en el Congreso que se haga innecesario este trámite. Y simplemente se produzca una mancorna entre el Ejecutivo y el Legislativo, al estilo de lo que en no pocas ocasiones sucede de forma natural en las llamadas democracias parlamentarias.
Pero aún en estos casos, el sistema obliga a que todas las voces sean escuchadas y tenidas en cuenta. Si por ejemplo es cierto que en el Reino Unido las elecciones de las próximas semanas llevarán a un Parlamento de clara estirpe laborista no por ello, sin embargo, la eventual oposición conservadora dejará de tener una voz principal. Inclusive si se revisa el tema mexicano, donde existe una democracia presidencialista y donde hace unos días se dio un amplio mandato electoral mancomunado, entre el gobierno y las mayorías del Congreso, sería a todas luces inconveniente recurrir a la tierra arrasada, puesto que una conducta así pone de inmediato a temblar la economía, el mercado y las inversiones, como en efecto está ocurriendo en ese país a las primeras de cambio. Ciertamente, principio fundamental de la progresión democrática es el tantas veces traído a cuento método de los checks and balances (pesos y contrapesos).
Por otra parte, y al contrario de navegar en las mayorías, el polémico Javier Milei logró anteayer sacar adelante, por un voto, su reforma del “ómnibus” que, con base en una serie de disposiciones multidisciplinarias, busca modificar de plano el convulsivo y decadente régimen económico argentino. Así ha procedido, fruto de la concertación en un Congreso donde su gobierno es minoritario.
En Colombia, cerca de terminarse la actual legislatura, el primer mandatario tiene la posibilidad de decantarse por la concertación en lugar de llevar sus reformas a pique por vía de la polarización. Incluso no se trataría de ser pragmático, sino práctico, que es cosa diferente. A nuestro juicio, el pragmatismo consiste en solo buscar lo aparentemente útil; en cambio lo práctico entraña llevar a cabo lo viable.
En ese sentido, ya hay ejemplos recientes de lo que puede ocurrir tomando de nuevo la ruta polarizante. La reforma a la salud, por hacerle el quite a la concertación en el Congreso, se fue al traste en lugar de haberle abierto camino a su viabilidad y sentar las bases de lo que era posible, superando el carácter minoritario que tiene el gobierno petrista en el hemiciclo. Se adoptó, en cambio, la fórmula del estruendo y la incertidumbre a partir de intervenciones y decretos gubernamentales que tienen hoy en vilo el sistema de salud.
No así, por su parte, con la reforma que busca hacer de la educación un derecho fundamental. Y que hasta el momento había servido de plataforma para el consenso, aunque ayer se abrió paso de nuevo la fricción y pugnacidad, con miras a sumirse otra vez en la polarización. Sería, por descontado, un despropósito, volviendo por el pernicioso expediente de los desencuentros que ya se habían superado. No menos puede decirse de otras iniciativas en marcha.
Bien sugiere, pues, la revista británica que el presidente Petro tiene ahora la oportunidad de perfilarse por el pragmatismo y el acuerdo. Aunque, vistos los antecedentes, es fácil dudarlo. Sería una sorpresa satisfactoria que estuviéramos equivocados.