* El ejemplo de Dinamarca
* Fortalecer las energías renovables
Está en la plataforma de Netflix una interesante serie que se denomina “Borgen”. Se trata de la manera cómo se ejerce la política en Dinamarca en el Cristian Borg, sede de los tres poderes en Copenhague, capital de este pequeño país escandinavo (si se excluye su poder eminente sobre Groenlandia, lo que la convierte en una de las mayores naciones del mundo). La serie, con impecable lenguaje cinematográfico, muestra muy bien la importancia que los temas ambientales tienen en la sociedad danesa.
Pues bien: la semana pasada se dio desde Dinamarca una noticia que habrá de tener rotundas repercusiones ambientales en el planeta, sobre todo por el mensaje simbólico que envuelve: a partir del 2050 esa nación renuncia a toda explotación de combustibles fósiles en su territorio, con lo cual se convertirá en el primer país que cierra oficialmente los grifos de sus pozos petroleros y gasíferos en el mar del norte.
Esta noticia no tiene tanto la importancia cuantitativa de los combustibles que se retirarán del mercado, a pesar de que Dinamarca, excluyendo a Noruega y el Reino Unido que no hacen parte de la Unión Europea, es el mayor productor de combustibles fósiles de ese bloque multinacional, con 110.000 barriles por día. Lo verdaderamente trascendental es el profundo mensaje que entraña: es la primera vez que un país oficialmente renuncia a sus explotaciones de hidrocarburos, marcando así, quizás, el comienzo del ocaso de los combustibles fósiles para las décadas venideras.
Será naturalmente un proceso lento. Pero Dinamarca parece haber dado la señal de partida hacia un mundo descarbonizado, mucho más dependiente de las energías renovables, y con el pie en el acelerador en lo que ahora se ha dado en llamar la “transición energética” y el cumplimiento puntilloso de los acuerdos de París para moderar el cambio climático. De hecho, Dinamarca cuenta con reducir sus aportes de gases con efecto invernadero en 70% para 2030 y anular en su totalidad las emisiones netas para 2050, cuando cerrará todos sus pozos petroleros y gasíferos.
En esta dirección se está empezando a mover todo el mundo. Con diferentes velocidades, pero con el mismo rumbo. Si a esto le sumamos la sentencia de muerte que a mediano plazo pronostica para el carbón la revista “The Economist”, que estima que el único lugar donde se encontrará este material al finalizar el siglo XXI serán los museos de mineralogía, es evidente que debemos empezar a prepararnos para la nueva era de energía “descarbonizada”.
Colombia debe seguir este gigantesco cambio que se vislumbra con el buen uso de la canasta energética. Últimamente nos hemos empezado a mover con determinación en el cambio de la composición de nuestra matriz energética, dándole más peso a la energía solar y la eólica.
Según datos gubernamentales, el parque de generación de estas energías renovables va a aumentar por diez veces en los próximos años dentro de la matriz general colombiana. Es la dirección correcta que hay que mantener. La fragilidad que nuestro comercio exterior de energéticos, tan dependiente del carbón, se puso en evidencia durante los últimos meses con la huelga de Cerrejón, que dejó perdidas por centenares de millones dólares, entre ingresos y regalías para La Guajira, un departamento cuyas urgencias fiscales son muy altas.
Como se dijo, Colombia debe insistir en la ruta de reducir la dependencia de los combustibles fósiles. De allí la importancia de que a finales de noviembre Colombia anunciara la meta de reducción del 51 por ciento de las emisiones de gases efecto invernadero en nuestro país para el año 2030. Esta meta será un paso clave para alcanzar la carbono neutralidad a 2050, es decir, cero emisiones netas de gases contaminantes. Se trata de una buena noticia en el marco del cumplimiento del Acuerdo de París, que el próximo 12 de noviembre celebrará sus primeros cinco años, entre grandes alertas por el inexorable aumento del calentamiento global.
Es claro que en los próximos años el mundo producirá menos y no más combustibles fósiles. Un estudio de las Naciones Unidas, que fue reseñado por este diario la semana pasada, estimó que “para seguir una ruta constante hacia el objetivo de disminuir 1,5 grados centígrados la temperatura ambiente, el mundo tendrá que reducir la producción de combustibles fósiles en aproximadamente 6% por año entre 2020 y 2030”.
Dinamarca se acaba de suscribir con entusiasmo político a esta tesis. Se espera que otros países en esta década sigan ese ejemplo.