- El futuro versus el fatalismo
- La convocatoria de la esperanza
En Colombia, el discurso del Presidente de la República ante el Congreso podría asimilarse al del “estado de la Nación” en Estados Unidos. Es decir, una especie de corte de cuentas en el que el Primer Mandatario explica el trayecto adelantado frente a las propuestas gubernamentales y da las orientaciones pertinentes hacia el futuro. Resulta, pues, el momento más importante del año en esas materias, sobre todo para quienes están interesados en el desarrollo de los acontecimientos nacionales.
De hecho, podría decirse que el país, más que ese discurso que hace parte de la solemnidad tradicional en la instalación de las sesiones parlamentarias, debería tener la oportunidad de escuchar al Presidente por la televisión y los canales tecnológicos en alguna ocasión exclusiva, que no fuera necesariamente compartida con otra coincidencia institucional. Porque si bien aquello es indispensable y es congruente con la colaboración armónica de las ramas del poder público, también es cierto que para la ciudadanía es fundamental escuchar la voz del Ejecutivo, con toda la dedicación y atención del caso, a fin de tener claridad absoluta sobre el norte señalado por quien tiene las riendas del gobierno. En consecuencia, no sobra en modo alguno que el próximo 7 de agosto, cuando Iván Duque cumpla 12 meses de posesionado, pueda en torno de esa fecha producir una alocución presidencial de largo alcance que no se refiera, en buena parte, a la agenda legislativa, que es finalmente el interés del pronunciamiento ante el Congreso, sino en la que exponga el progreso de las políticas públicas, la trayectoria de los despachos ministeriales y la perspectiva al final de su mandato, todo ello en virtud de hacer un ejercicio sistemático frente a los propósitos nacionales señalados de antemano por el Ejecutivo.
Como en Colombia, y seguramente en otras partes del mundo, la política se ha banalizado hasta el punto de hacer prevalecer lo anecdótico sobre lo sustancial y lo secundario sobre lo determinante, el pasado discurso del presidente Duque en el Parlamento quedó informativamente subsumido, en los medios de comunicación y las redes sociales, por el tema de la “jugadita”, o sea, algún desliz del Presidente saliente del Senado, lo que impidió al país concentrarse en lo primordial durante la sesión del 20 de julio. Aprovechó la oposición para hacer de ese tema circunstancial un tsunami antidemocrático, ya que es bien sabido, como dice el refranero popular, que “a papaya dada, papaya partida”. En esa dirección, el pronunciamiento del Jefe de Estado perdió efectividad y debió debatirse en medio de las aguas cenagosas fraguadas por las voces opositoras. No es bueno, desde luego, “dar papaya”, mucho menos viniendo de las bancadas oficialistas, pero tampoco es dable dejar por ello de mantener al aire las principales consignas gubernamentales desdibujadas por casos como este.
Tiene, por tanto, el presidente Duque todavía abierto el espacio para poder enfatizar su discurso y explicar su modelo de gobierno. Es conocido que, en la información gubernamental y la estrategia de comunicaciones, es básico reiterar lo más posible sobre los postulados principales de cualquier labor pública. Sabido está, asimismo, que la atención y la asimilación en estas materias no se logra sino con un mensaje repetitivo, puesto que la opinión está pendiente de mil cosas, no particularmente asociadas con los asuntos estatales o gubernativos. Sin embargo, en la tarea de hacer consciencia política resulta indispensable, según todos los manuales y las voces de los expertos, recabar constantemente en el mensaje. Por lo cual, como se dijo, sería del primer interés el discurso que pudiera dar el Primer Mandatario hacia el próximo 7 de agosto.
En ese sentido, no hay que tener temor a que la oposición retome la palabra para afirmar más o menos lo que ya se sabe de antemano, es decir, que todo está mal. Como no existe en Colombia un consenso mínimo sobre los aspectos fundamentales en la marcha del país, la oposición está permanentemente determinada por el fatalismo, donde cree encontrar una cantera de votos para exponerse de alternativa en las próximas elecciones. Pero el país sabe que eso no pasa de ser una actitud política melancólica, cuyos resultados, por demás, casi siempre fracasan.
Lo que se requiere, en el próximo discurso presidencial, es convocar la esperanza, en vez de jugar al gato y al ratón con la oposición. No se trata, entonces, de una rendición de cuentas adicional, sino de enfatizar la vocación de futuro del país, en lo que el presidente Duque tiene mucho para decir frente a los obstáculos que los retardatarios tratan de ponerle diariamente.