No es la economía, es la política | El Nuevo Siglo
Domingo, 19 de Noviembre de 2023

* ¿Nubarrones de 2023, tormenta de 2024?

* Pérfida trayectoria del llamado cambio

 

Más allá de las discusiones del fin de semana lo importante, después del pésimo resultado del tercer trimestre de 2023, es saber si la economía ya tocó fondo o si el perturbador índice del -0,3% de crecimiento es apenas demostrativo de una mayor declinación en el corto y mediano plazos.

Porque no está claro, ciertamente, que ese rubro trimestral sea el límite de la barrena. Todavía con más veras luego de que los estudios y pronósticos de las agencias públicas y privadas, y de tantos expertos en el asunto, fracasaron todos a una en presentar un vaticinio cuando menos cercano al impacto negativo real. Ahora la “sorpresa” es mayúscula al constatar que, por sectores, las cosas están peores y que en el acumulado la economía está en cuidados intensivos. Y, por descontado, muy lejos de pasar a cuidados intermedios.

Pero a decir verdad un resultado de este tipo se veía venir. Porque al fin y al cabo la evaluación de la economía es más sencilla de lo que en general es deducible del enmarañado debate entre técnicos. Por lo cual vale anotar que el problema económico del país es, en primer lugar y ante todo, de concepción política. Y es de allí de donde deriva muy buena parte de lo que está ocurriendo.

Bastaría, en términos objetivos, con solo poner en el tablero los grandes lineamientos del gobierno del presidente Gustavo Petro en la materia. Primero, decrecimiento económico como modelo para justificar, solo por esa vía, el combate contra las incidencias climáticas globales (en lo que Colombia tiene una exigua participación) y la evasión mental de las demás y apremiantes realidades circundantes (inflación, tasas de interés, devaluación, déficit). A fin de cuentas, una conducta determinada por la idea gubernamental fija (no menos paranoica) de que el capitalismo es el germen de todos los males y, por tanto, la iniciativa privada la coyunda a remover.

En consecuencia, no podía sino surgir la estatización como norte obsesivo frente a los cambios de los últimos 30 años en que, en buena medida, logró superarse la desidia, corrupción e ineptitud estatales en aspectos cruciales para los colombianos, como la salud.

Por consiguiente, desde el comienzo asomó la obcecación fiscalista en el terco propósito de llevar el presupuesto a umbrales exponenciales, con cargas tributarias antitécnicas e incoherentes con las capacidades nacionales (por demás con nulas trazas de ejecución presupuestal). Y es con base en ello que prospera al mismo tiempo el raciocinio de que la economía, en vez de una estructura sistemática, es apenas un entramado de subsidios amorfos. Que además son dables otorgar aun ante problemas prefabricados y enfoques degradantes (por ejemplo, pagar a los jóvenes por no delinquir).

Al cabo, el tesoro público se ha tomado de mera alcancía que, como cualquier párvulo, se cree infinita para dar cabida a cuanta idea díscola o pálpito de turno. A semejanza de lo que ocurrió con los peajes, causando estragos irreversibles. Operaciones que todavía se pretenden desarrollar a partir, verbi gracia, de temerarios virajes tarifarios en la energía o soportar las ingentes necesidades de infraestructura del país en las ahora multibillonarias juntas de acción comunal, como acaba de oficializarse. Inclusive, se decide la liquidación del Fondo de Estabilización, pero no por sana ortodoxia, sino para financiar el desenfreno burocrático, fomentar la contratitis, potenciar el gasto superfluo y a como dé lugar promover la “causa”, según es común escuchar al interior de los ministerios.      

En medio de esto que, como se dijo, obedece esencialmente a una política, es decir, una política descoordinada, regresiva y anacrónica, además con sus evidentes ingredientes politiqueros y clientelistas, no es posible pensar en absoluto que la economía pudiera y pueda producir resultados diferentes a los conseguidos. Menos, por su parte, en un entorno caracterizado por la manga ancha a la criminalidad, el desprecio por el Estado de Derecho y sin verdaderos alcances sociales que, por supuesto, impactan la confianza y son abiertamente lesivos a la inversión, generación de empleo y superación de la pobreza. Aún más, con un gobierno cuya respuesta ante tamaños problemas es dizque abrir debates, trinar y mandar señales equívocas (derruir la regla fiscal), en lugar de tomar decisiones y el toro por los cuernos.

Guardamos, como no, la esperanza de que el gobierno no sea víctima del autismo que dicen ante la erosión del máximo bien público de todos los colombianos. Que escuche, asimile y ponga en práctica las recetas sensatas hace tiempo en mora de usarse. Pero, desde luego, reiteramos que la calentura no está, en sí, en la economía, sino en la política y su vocero conspicuo que la ha precarizado, llevado a la quiebra y al filo del abismo recesivo: hasta ahora el único resultado fehaciente del mal llamado cambio.