Más regiones, más país | El Nuevo Siglo
Domingo, 27 de Marzo de 2022

* ¿Qué hay en un tiquete presidencial?

* Nueva dinámica de la sinergia nacional

 

El aspecto más inédito de la actual campaña presidencial es que ha dado un viraje definitivo hacia las regiones. Muy bueno que ello ocurra puesto que, después de lustros, serán los votantes de los diferentes territorios quienes definan los comicios y puedan poner en primer término, dentro de la agenda programática del país, los intereses de las grandes secciones nacionales.

Tal es uno de los mensajes políticos de la designación de los tiquetes vicepresidenciales con anclaje en las mal llamadas provincias (cuando se usa el término con un dejo despectivo) y bajo los criterios de inclusión que, en vez de las divisiones latentes y que algunos pretenden profundizar, produzcan las sinergias necesarias para soportar, con tino y dentro de un sano equilibrio regional, la vocación de futuro del país.

Desde luego, esto no quiere decir que no siga preponderando en la campaña, desde el punto de vista nacional, la tensión insoslayable entre la democracia, ahora con sus libertades amenazadas y el orden en vías de disolución, y el populismo tóxico presentado dizque como elixir social (uno de los casos típicos donde el remedio es a todas luces peor que la enfermedad).

En todo caso, cuando Álvaro Gómez Hurtado, contra viento y marea, le propuso a Colombia la figura de la elección popular de alcaldes, hace ya casi 35 años, una de sus pretensiones básicas, aparte de meterle más pueblo a la democracia -como decía-, fue la de que emergieran líderes en los territorios; líderes que, de hecho, pudieran llevar a cabo posteriormente los grandes propósitos nacionales, una vez demostrados sus aciertos a nivel local y de adquirida una experiencia fehaciente en la formulación y aplicación de las políticas públicas, ajenas a toda corrupción y con el escrutinio popular permanente.

Ciertamente, el diseño se encontró con que, de entonces a hoy, las corruptelas, siempre atentas a colarse por cualquier resquicio, hicieran de las suyas. En muy buena medida, además, a raíz de que se quedaron sin reformar los órganos de control, como factor posterior y complementario, y se mantuvieron los nefandos mecanismos para la elección de contralores y personeros locales. Donde radica, efectivamente, una porción sustancial del desmedro del patrimonio público en alcaldías y gobernaciones. Lo cual indica que sigue siendo ineludible extirpar esa patología, ese régimen espurio, después de tantas propuestas fallidas.

Pero, de otra parte, sería una torpeza no decir también que la elección popular de alcaldes, con su adenda de descentralización administrativa promovida más tarde por Luis Carlos Galán, produjo en la mayoría de los casos, con gobiernos limpios y eficaces, una modernización de las localidades que no habría sido posible si Álvaro Gómez no las saca del anacronismo y marasmo de cuenta de una centralización asfixiante y retardataria.

Por eso a estas alturas, cuando desde hace tiempo se superó la pugna histórica entre centralismo y federalismo (que tanta violencia causó), y se mantiene en la Constitución de 1991 la república unitaria lograda desde las épocas de Rafael Núñez, resulta plausible, no solo que en los actuales tiquetes por la Casa de Nariño participen varios exalcaldes de diferentes ciudades, sino que uno de ellos (Federico Gutiérrez-Rodrigo Lara) sea integrado por dos ex burgomaestres de Medellín y Neiva. Y que así den una señal nítida y perentoria de que le llegó la hora al país de volcarse sobre las regiones.

No es, por supuesto, poca cosa dentro del devenir tradicional de la política colombiana. Una fórmula completamente regional, sin intermediación de la capital de la República, es una propuesta novedosa. Y todavía más interesante es que las regiones puedan poner pie firme en la Casa de Nariño y que los rincones más apartados del país puedan contar con una interlocución permanente y sensible a sus intereses, con políticas públicas concretas, más allá, por ejemplo, del detal de los consejos comunitarios. Y en esa dirección, si se quiere, también es plausible abrir las compuertas para que la misma Bogotá sea tratada como la región que es. O sea, una conurbación crucial en el desarrollo del país en vez de un recinto permanente de infértiles fricciones políticas y reyertas de nunca acabar mientras campea la inseguridad y permanece en vilo su desarrollo territorial.

Decía en su época Rafael Reyes que menos política y más administración. Hoy podríamos decir, complementándolo, que a más regiones más país.