- Colombia debe tomar conciencia
- Deforestación, principal amenaza
Las previsiones más apocalípticas sobre las próximas décadas suelen coincidir en que los conflictos armados ya no serán por asuntos geopolíticos sino por las reservas de agua y de alimentos. Lamentablemente cada 22 de marzo, cuando se celebra en todo el planeta el Día Mundial del Agua, los informes sobre la situación hídrica son más alarmantes y si bien la humanidad está aún lejos de las guerras por el preciado líquido, la oferta y disposición del mismo si es cada vez más deficiente.
Esta semana no fue la excepción. Los datos de Naciones Unidas señalan que millones de personas viven sin agua potable en sus hogares y 800 mil fallecen al año por esa causa. De igual manera, una de cada cuatro escuelas primarias carece de abastecimiento del líquido vital. Una cifra aún más impactante: 700 niños menores de cinco años mueren todos los días de diarrea, a causa del agua insalubre o un saneamiento deficiente. Asimismo, más de 800 mujeres mueren cada 24 horas debido a complicaciones en el embarazo o en el parto por causas sanitarias asociadas a la escasez hídrica. Como si lo anterior fuera poco, 68 millones de personas que se han visto obligadas a huir de sus hogares tienen problemas para acceder al abastecimiento de agua potable. Y qué decir de los 4.000 millones de personas -casi dos tercios de la población mundial- que padecen escasez grave durante al menos un mes al año.
Dirán algunos que esa realidad afecta principalmente a países ubicados en otros continentes, en donde las situaciones climáticas son drásticas y la disponibilidad de recursos naturales es cada día menor. En la otra orilla, se supone, están aquellas naciones que, como Colombia, son consideradas verdaderas potencias en materia de biodiversidad y reservas hídricas. Y no es para menos, pues ocupa el sexto lugar a nivel global en oferta de agua, posee más de 20 millones de hectáreas de ecosistemas acuáticos, alberga el 60 por ciento de los páramos del mundo y cuenta con 31.702 humedales… Hay, asimismo, algunas zonas que están entre las de mayor frecuencia de lluvias en todo el planeta.
Sin embargo, como ocurre con otras ventajas naturales que tiene el país, ese potencial está hoy en una peligrosa degradación. Incluso bien puede decirse que la mayor amenaza que tiene la riqueza hídrica de Colombia es, sin duda, la falta de conciencia nacional sobre la urgencia de conservarla.
El viernes pasado se presentaron los resultados del Estudio Nacional del Agua (ENA -2018), que es considerado el insumo científico más importante y actualizado sobre cómo están las reservas del vital líquido en nuestro país. Las conclusiones, lamentablemente, no fueron muy alentadoras, ya que hay 391 municipios susceptibles de desabastecimiento de agua, distribuidos en 24 departamentos, siendo La Guajira, Magdalena, Cesar, Tolima, Bolívar, Quindío, Santander, San Andrés y Providencia y Valle del Cauca los de mayor incidencia. Por igual, hay alrededor de 3,2 millones de personas expuestas a inundaciones. A lo anterior se suma que la demanda total de agua se incrementó de 2012 a 2016 en el 5 por ciento, siendo los sectores piscícola, de hidroenergía y servicios los de mayor crecimiento. También se ha producido una afectación de los humedales, en gran parte por la incursión agrícola y la urbanización desordenada. Como si lo anterior fuera poco, la extensión de los glaciares ha disminuido de manera drástica. A ello hay que sumarle el alto grado de contaminación en muchos ríos y quebradas por cuenta de la minería criminal e informal, sobre todo la que sigue utilizando mercurio para extraer el oro. Y qué decir de la deforestación, que se ha convertido en el peligro más grande para la oferta hídrica. Solo el año pasado más de 260 mil hectáreas de bosque nativo se perdieron…
Es evidente que el país necesita tomar consciencia del peligro a que se expone por no cuidar su riqueza hídrica. Si bien los porcentajes de cobertura de acueducto y alcantarillado han crecido en los últimos años, aún no se logra un cubrimiento del cien por ciento. También es evidente que la expansión de la frontera agrícola y la ganadería extensiva continúa amenazando páramos, humedales y bosque tropical. El narcotráfico, la minería criminal y la tala ilegal son flagelos que crecen día tras día. Hay preocupantes índices de desertificación en varias zonas del país así como de erosión costera. Si bien se ha avanzado sustancialmente en la delimitación de páramos y el área de reservas naturales protegidas, así como de los ecosistemas Ramsar, los Parques Nacionales continúan afectados por los narcocultivos y otras amenazas.
Como se ve, la riqueza hídrica colombiana está en peligro creciente. Es urgente tomar medidas más audaces y, si se quiere, drásticas para disminuir su afectación. No hacerlo sería, simple y llanamente, casi suicida.