La Asamblea Nacional de Venezuela colocó en el frontispicio de su sede un cartel en el que en dos palabras define al gobierno: “Maduro Dictador”. Esto ocurre en medio de los disturbios que sacuden las ciudades de ese país de extremo a extremo así como de los continuos intentos del régimen por acallar a los diputados que tienen el respaldo electoral mayoritario.
Se da por sentado que el presidente Nicolás Maduro ejerce la dictadura desde el momento en que desconoció la Constitución y formó una tenaza con los miembros del Tribunal Supremo de Justicia, nombrados a dedo, pese a que la Carta dispone que esos magistrados debían ser designados por la Asamblea Nacional. Al usurpar el primer mandatario los poderes de la magistratura y darle continuas órdenes públicas sobre hacer esto o aquello; al proceder contra la oposición violentamente; y al abrograrse también las funciones de la Asamblea, se está demostrado que desde Miraflores se ejerce una ominosa y pedestre dictadura.
La noción misma de la independencia de los poderes públicos y el equilibrio de los mismos, una de las más importantes conquistas en el mundo occidental y democrático, desapareció desde el momento que Maduro asumió facultades superlativas en casi todos los órganos del Estado. También cuando dispuso que las fuerzas de seguridad, en especial la Guardia Nacional y el Ejército, instituciones llamadas a hacer respetar el orden, se convirtieran en una suerte de ‘ejército de ocupación extranjero’, que se enmascara y usa armas de fuego, gases, tanquetas y lanzan desde helicópteros artefactos explosivos contra los manifestantes inermes y pacíficos.
Las multitudinarias marchas de la oposición en las urbes y sectores rurales de Venezuela en el último mes han demostrado la reacción nacional de la población contra la dictadura y que el Gobierno se encuentra prisionero de la misma telaraña de errores políticos y económicos que tejió durante años. Errores tan graves como destruir la industria y el comercio legal, perseguir a los ganaderos y agricultores, debilitar la moneda en grado extremo, endeudarse de manera irresponsable, malgastar los dineros públicos, propiciar una hiperinflación y subir salarios en un intento vano de congraciarse con el pueblo exasperado por la sinsalida nacional. Frente a esto último no se entiende que lo que ocurre es que las empresas terminan por despedir a sus pocos trabajadores al no poder pagar esos aumentos estrambóticos, por cuanto los precios están congelados y llega un momento que no se puede producir a pérdida. Y qué decir del petróleo, otrora fuente de riqueza venezolana. El chavismo sigue endeudándose e hipotecando las reservas de crudo. Se teme, incluso, que estas terminen en manos de agiotistas y acreedores internacionales. Hasta se dice que Rusia podría convertirse en propietaria de la empresa venezolana que refina petróleo y vende gasolina en los Estados Unidos, algo que a juicio de los senadores de su país y de Washington atenta contra la seguridad nacional norteamericana.
Maduro, en su calidad de dictador grotesco, deja perpleja a la audiencia en cuanto en la cercanía de Miraflores, rodeado de empleados públicos y agitadores pagos, mientras sus esbirros golpean a los opositores e incluso les causan la muerte, se muestra bailando, moviendo las caderas como si estuviese en una feria. ¿Cómo puede entenderse algo así mientras el pueblo es maltratado a mansalva por tanquetas y elementos armados y enmascarados? ¿No le duelen a Maduro los muertos y heridos, los jóvenes que como el violinista Armando Cañizares han sido vilmente asesinados?
Esos mismos estudiantes declaran a los medios de comunicación que prefieren morir en las calles luchando por la libertad, la democracia y la justicia, que seguir padeciendo enfermedades, sin fármacos para curarse y sufriendo el hambre de continuo por la carencia de alimentos. La sociedad civil en su gran mayoría está contra el gobierno y reclama el restablecimiento de la democracia.
Esta semana, con la súbita propuesta de Maduro en el sentido de convocar a una constituyente, sin que esta sea aprobada previamente mediante referendo, como lo establece la Constitución, lo que está evidenciando el régimen es que desconoce hasta la Carta Magna de Hugo Chávez. Esto pone, entonces, al gobierno contra los chavistas de línea, como la Fiscal General que no está de acuerdo en el juego sucio oficial de seguir violando la ley para que Maduro avance en la dictadura. Es claro que una constituyente le permitiría al Ejecutivo modificar el periodo constitucional y, en teoría, eternizarse en el poder, lo que tal como están las cosas lo único que lograría es que se oficialice la dictadura y los venezolanos sigan condenados a un no futuro.