Los laureles de Egan Bernal. Editorial

Sábado, 27 de Julio de 2019
  • La cultura deportiva como elixir nacional
  • El triunfo de lo popular sobre el populismo

 

El desempeño histórico de Colombia en el Tour de Francia, esta vez en cabeza de la figura ya emblemática de Egan Bernal, demuestra cuánto vale para este país la posibilidad de soñar en grande; de darle curso a los esfuerzos a partir de la disciplina y la perseverancia; de entender que todas las metas son posibles cuando se adopta la competencia con un ánimo positivo y profesional en vez de caer, como ocurre por ejemplo con la política nacional, en la polarización infructífera, el divisionismo pendenciero y la dispersión infantil.

Lo cual, a fin de cuentas, es palmario de la levedad de miras políticas frente a la vocación de futuro que exige trabajar reflexivamente por objetivos, sin desperdiciar las energías, pero dando todo de sí, como lo han logrado los ciclistas colombianos en tantas décadas, en una lección sin precedentes hasta coronar los esfuerzos de tantos protagonistas e imponerse de forma espectacular con la figura de Egan Bernal, en la élite ciclística mundial.

Celebrar con ahínco ese triunfo no se traduce pues en exaltar ningún tipo de patrioterismo; ni en irritar nacionalismos sentimentaloides, al igual que suele hacerse dentro del mercantilismo publicitario deportivo tan acostumbrado; ni tampoco en inflamar un romanticismo vacuo a fin de sentirse el ombligo del mundo. Pero, aparte de la alegría legítima, sí se trata de decir que, con base en esa conducta “escarabaja” inolvidable, a su vez representativa de lo más popular y genuino del espíritu colombiano, pueden derivarse lecciones ejemplares para toda la nación. En especial, como se dijo, frente a aquellos que quieren sacar réditos deplorables de poner el encono y la hostilidad de epicentro y objetivo aparentemente laudables entre los colombianos, absortos con esa actitud esterilizante, a todas luces caprichosa y regresiva.      

Hace unas pocas semanas, asimismo, la dupla Cabal-Farah demostró como, con idéntico pundonor y método, era posible conseguir el primer lugar de la élite tenística. Lo hicieron, a semejanza de los ciclistas, con humildad, sin rimbombancia, en suma, con toda la jerarquía que supone tener confianza en sí mismos, sin recurrir a la insana maduración a punta de titulares de periódicos o la vana fugacidad de los like. Es decir, en cambio, a partir del entrenamiento concienzudo y el respeto por el oficio escogido de proyecto vital. En ambos casos se llegó a la cima, de amplio dominio europeo y norteamericano, sabiendo de antemano que la lucha, aun con sus traspiés, es sinónimo de buenos resultados; que para ganar se necesita no desperdiciar la estamina en episodios circunstanciales; que hay que tener concentración en los propósitos adoptados en lugar de distraerse en los reflectores y las minucias.

Esa cultura deportiva, por decirlo así, es hoy uno de los principales activos fijos en el balance social de la nación. Y decimos “cultura”, ciertamente, porque los deportistas están señalando una manera de ser colombiana y una postura loable a seguir, incluso en América Latina, de la cual hoy son también portaestandartes raizales. De hecho, es del deporte de donde está emergiendo la verdadera identidad nacional. Esa cultura, a más de un sentido plausible, tiene un mérito gigantesco del cual por fortuna germina un elixir social inapreciable en las sonrisas de Ibarguen o Pajón, en las recientes glorias del equipo olímpico contra todos los pronósticos, en los triunfos inverosímiles de tantas actividades deportivas inclusive desconocidas para el común de los colombianos.

El listado se va haciendo últimamente interminable, pero en cada uno de los participantes que se pudieran incluir en aquella clasificación se esconde, por supuesto, un trozo de Colombia de muchísima mayor envergadura y raigambre que los nefandos propiciadores de la violencia y de quienes politizan esa tragedia endémica. Por el contrario, son los deportistas, en su conjunto y como forjadores de esa nueva cultura, quienes con su ejemplo digno dicen no a la droga, crean un ambiente diferente al enconado que suele formularse en las redes sociales, y permiten avizorar el futuro desde una perspectiva de mucho mejor talante, desde luego, al eterno retorno del fatalismo y la melancolía. A todos debe condoler algunos muy malos aspectos nacionales; la diferencia consiste en que quedarse ahí, pasmados, sin conseguir una óptica equidistante, es anular los avances del país en otros frentes decisivos, mayoritarios, lejanos a la perfidia criminal y el azogo político.

Las bocinas de los transportistas, que han venido sonando desde ayer en Bogotá, aparte de las celebraciones de la virgen del Carmen, han repercutido en Zipaquirá, así como en Cundinamarca y toda Colombia, para gloria de Egan Bernal: hoy el más colombianos de los colombianos, el más claro exponente del triunfo de lo popular sobre el populismo. He ahí también parte de sus laureles. ¡Viva Colombia!