*Las Olimpiadas y el Mundial de Fútbol
*Cuestión de madurez y civilidad
El Mundial de Fútbol en Brasil y la dura competencia entre los mejores equipos que por sus goles y actuación han conseguido clasificar por países, nos recuerdan las memorables jornadas de las Olimpiadas en Grecia en el año 776 AC. Las Olimpiadas eran un gran acontecimiento que se daba en Olimpia, considerada una ciudad sagrada en la que se le rendía culto al dios Zeus, por lo que cada visitante que llegaba debía llevar un animal para cumplir con ese rito. Se calcula que durante mil años se llevaron a cabo las famosas competencias en las que se enfrentaban dos atletas, hasta quedar un solo vencedor. En los primeros juegos se limitaba la competencia a una carrera a pie de 185 a 190 metros, en esa justa solamente podían competir quienes hablaran griego y no se admitía a los bárbaros. No se trataba en forma exclusiva de encontrar un campeón o dirimir por esa vía rivalidades entre pueblos, lo que era de la mayor trascendencia; en el trasfondo del asunto había un encuentro civilizado entre gentes de distintas regiones, se orquestaban importantes ceremonias religiosas, se representaban obras de teatro, diversos espectáculos que atraían las multitudes, justas entre oradores y debates de los filósofos, se divulgaban y compartían descubrimientos, lo mismo que la victoria se celebraba con estruendo y alegría.
El recuerdo de esas duras competencias olímpicas en la Grecia antigua pervive en la humanidad y se repite de alguna manera en los Juegos Olímpicos de la actualidad, lo mismo que en forma indirecta en el Mundial de Futbol en Brasil. Siendo la competencia por equipos y países, quizá el evento más taquillero de nuestro tiempo. Los adelantos técnicos convierten el mundo en una aldea global, en la que es posible seguir la suerte de la competencia en la medida que se enfrentan los equipos. Y desde su casa o en cualquier lugar las personas se sienten en la cancha y perciben el duelo entre los equipos, de improviso con más precisión que los espectadores físicos en los estadios. Así que se trata de un evento mundial. Para Colombia es un inmenso honor y un deleite ver que sus deportistas compitan con los mejores del planeta. El sano orgullo nacional se apodera de todos que se identifican con los jugadores y se sienten en la cancha, viviendo como suyos los incidentes de los partidos y disfrutando de los goles. Lo mismo que se desarrolla una empatía por otros equipos en orden de afinidades; el silencio y la tristeza flotaba en el ambiente con la salida de España de la contienda pese a ser el Campeón Mundial, que sufrimos como nuestro.
Es de insistir que fuera del estado físico de los nuestros se requiere de inteligencia deportiva y de pasión por ser los mejores, para resistir la disciplina de los entrenamientos, el esfuerzo denodado de mil competencias hasta alcanzar la destreza que permite bailar en la cancha o patear el balón con potencia incontenible, producir efectos y pases maravillosos, así como capturar la bola cuando va a una velocidad que parece imparable, eventos que arrancan los aplausos atronadores del público. Y jugar en equipo requiere de un entrenador de primer rango que inculque el sentido del deber y la precisión exacta de las jugadas por los flancos o el centro, según su estrategia determinada teniendo en cuenta el desempeño del contendor. Esa es la magia que permite organizar la victoria y derrotar a los mejores del orbe, tal como lo viene haciendo el equipo insignia de Colombia.
Se requiere no solamente de buenos jugadores sino de versatilidad, de capacidad de moverse en forma distinta o que desconcierte al otro, incluso del primer tiempo a otro; así como poder pasar de la ofensiva al plano defensivo, casi sin tener que pensar las jugadas, algo como instintivo. Y del instinto del gol que solamente tienen los grandes. Puesto que un equipo predecible por bueno que sea, puede morder el polvo en cualquier momento.
Esos jugadores colombianos nos representan a todos en el Mundial, portan los colores de nuestra bandera, por ellos vivimos y sufrimos minuto a minuto los partidos, su infortunio o la victoria es la de Colombia. Nos han dado en los últimos encuentros la más viva emoción y alegría. El orgullo inmarcesible de ser colombianos embarga a más de 40 millones de seres. Por lo mismo, debemos celebrar la victoria de hoy, el empate o un resultado adverso en el partido de Colombia contra Uruguay, de manera civilizada, con buena cara aun si el resultado es negativo. Nuestro pronóstico es que vamos a ganar. Así como nuestro equipo ha demostrado su civismo deportivo, en solidaridad con nuestros jugadores debemos celebrar deportivamente, cordialmente, alegre y positivamente la victoria. Ese debe ser el termómetro de la disciplina social y la civilidad de los colombianos frente al mundo.