LA creación del Banco Nacional por Rafael Núñez, en tiempos en los que el oro escaseaba y el ahorro estaba por el suelo, bajo el dogma de los 12 millones por emitir anualmente, suma que correspondía a los ingresos oficiales, es el primer gran intento por fortalecer el Estado en lo económico, en un país en el cual las finanzas públicas bajo el radicalismo las manejaban los bancos particulares. Esa iniciativa le valió la oposición de los radicales ortodoxos de la época, enemigos de la intervención del Estado. Con esos fondos se financia el Estado moderno creado por Núñez, hasta ese momento se carecía de control de las propias finanzas, agobiado el gobierno por los empréstitos del exterior. Con la Guerra de los Mil Días, durante la cual finaliza el siglo XIX y comienza el XX, los caudillos rebeldes, capitaneados por Rafael Uribe Uribe, pretenden capturar el poder por medio de la fuerza para volver al modelo del libre cambio, que estaba agotado y había fracasado en crecimiento y desarrollo. Por la guerra atroz el país queda reducido a escombros, la actividad productiva agrícola en la precariedad, con el Banco Nacional en quiebra por las emisiones clandestinas. Estados Unidos y países vecinos, como Venezuela, Ecuador, Nicaragua, indistintamente, apoyan a los alzados en armas. Al firmar el general Herrera el tratado de paz el 21 de noviembre de 1902 a bordo de la nave Wisconsin de los Estados Unidos, frente a las costas de Panamá, la presión desde Washington por cuenta del predominio sobre el Canal se hizo ostensible. La debilidad crónica de Colombia por efecto de la guerra civil y el desastre en Panamá nos mostraba como un país incapaz de seguir los nobles ideales nacionalistas de orden y desarrollo civilizado en pro del bien común que había inculcado el visionario estadista del Cabrero a la Nación. Al año siguiente una conspiración dirigida por los banqueros Seligman de lo más selecto de la comunidad del pueblo elegido en Nueva York, auspician una República de opereta segregada de Colombia, bajo la presión de los buques de guerra de Estados Unidos, que no tuvieron que disparar ni un tiro.
Quitarle Panamá a Colombia fue como arrancarle de las manos un juguete a un niño hemipléjico, que ni siquiera tuvo la capacidad de lanzar un chillido, dado que la Nación quedó exangüe por la guerra y muda de dolor, por cuenta de un conflicto armado que había dejado sin aliento y en la miseria a la población. Entonces se resuelve entregarle el poder al general Rafael Reyes, que en el gobierno de Núñez, en una acción intrépida inolvidable, había rescatado a Panamá de un intento secesionista y anárquico. Caro había forjado el binomio fatal de Sanclemente-Marroquín en el poder, con el fin de excluir a Reyes, que salvó su gobierno de una revuelta armada radical mediante una guerra relámpago, pero cuya fuerte personalidad le desagradaba al notable humanista por ser el General un hombre de acción y de negocios de recio carácter. Con la pérdida de Panamá se esfumaban las posibilidades geopolíticas de Colombia en la región y los millonarios ingresos por la navegación por el Canal Interoceánico... Reyes asume el gobierno de un país en quiebra moral y física, después de la Guerra de los Mil Días, entiende que su misión es reconstruir la administración e impedir que el país se disuelva; entre las primeras medidas que toma crea con los fondos de varios particulares pudientes y algunos recursos estatales un Banco Central, después le quita varios ceros al peso y trata de mejorar la administración, crea el Ministerio de Obras Públicas para fomentar la infraestructura y desarrollo, ejecuta más obras, caminos y ferrocarriles que varios de sus antecesores juntos.
Los sucesores de Reyes, después de su renuncia al poder por las estrepitosas protestas de los estudiantes y enemigos de la prórroga de su mandato por diez años, no siguen con sus obras. Con entera franqueza el presidente José Vicente Concha, demócrata respetabilísimo, declara que no es un maestro de obra, sino que le corresponde hacer cumplir la Constitución en tiempos de estrechez económica por la primera Guerra Mundial, por lo que rebaja los salarios de los empleados públicos. Lo que reducía el poder adquisitivo y aumentaba las aulagas económicas, pero era un ejemplo de austeridad para la población. La pobreza se extiende como plaga por el país, que rumia sus frustraciones en el vencimiento espiritual. Hasta que en el gobierno del general Pedro Nel Ospina, las arcas públicas se benefician de la reparación por la pérdida de Panamá. El gobierno se interesa en la propuesta de contratar a Edwin Kemmerer, autor de varias reformas económicas en Estados Unidos y en el exterior, que sigue un tanto el patrón de Núñez y de Reyes, con su propia visión para que se funde el Banco Central o Banco de la República en 1923.
A partir de entonces el Banco es fundamental en la vida económica del país. Jugó un papel esencial en tiempos del presidente Enrique Olaya Herrera, quien entrega las finanzas al conservador Esteban Jaramillo, que declara la moratoria y solventa la crisis, en parte gracias al conflicto con el Perú y obliga al aumento del gasto público. Se contrata de nuevo a Kemmerer, que propicia una reforma para que el Banco intervenga más activamente en la economía y favorezca el desarrollo. Después de la segunda Guerra Mundial, en los años 50 mediante una política nacionalista se convierte en motor de desarrollo y entra a impulsar el sector productivo. Es verdad que se emitía, pero sin caer nunca en la hiperinflación como otras naciones. El aporte del Banco de la República al desarrollo a partir de entonces es sorprendente. El prestigio de la entidad crece por el profesionalismo con el cual se maneja la economía y la importancia de sus estudios, como del análisis de la coyuntura y la evolución de las finanzas. El apoyo del Banco, durante la crisis de los ochenta, le permite a Carlos Lleras, mediante el Decreto 444 sortear mejor la situación que el resto de Hispanoamérica. Y los créditos de fomento se constituyen en el motor del crecimiento e industrialización
A partir de 1991 se siguen los lineamientos en boga del neoliberalismo que propugna por un Banco “independiente” del Ejecutivo, se hace esencial combatir la inflación, mantener el poder adquisitivo de la moneda. Las distintas administraciones del Banco rivalizan en competencia y servicio a la Nación, hasta llegar en la actualidad a la prestigiosa gestión de José Darío Uribe, bajo la Presidencia de la Junta Mauricio Cárdenas. Capítulo aparte merece el valioso e incuantificable aporte del Banco de la República a la cultura, el arte, la investigación y por sobre todas las cosas, la buena administración de los recursos públicos. La Biblioteca Luis Ángel Arango es modelo en el mundo de excelente gestión y servicio. El debate sobre la futura contribución al desarrollo del Banco de la República está en el aire.