La decisión de Estados Unidos de volver a involucrarse militarmente en Irak, esta vez al bombardear las posiciones de las milicias yihadistas que insisten en declarar un califato en el norte de ese país y parte de Siria, pone en evidencia que el problema de fondo no termina siendo si hay o no una intervención bélica extranjera, sino que si después de definido el conflicto armado no se crea un gobierno local políticamente fuerte, con amplio apoyo popular, una institucionalidad resistente y, sobre todo, fuerzas armadas profesionales de extensa cobertura, será apenas cuestión de tiempo para que las guerras internas vuelvan a prosperar, más aún en naciones con rivalidades religiosas tan profundamente marcadas.
El respaldo de muchos países a la decisión del presidente estadounidense de intervenir militarmente en Irak para proteger a las poblaciones amenazadas por el avance de los yihadistas en Irak, no esconde el hecho mismo de que, como lo advirtiera el propio Obama, se requiere la formación de un gobierno de unión para hacer frente a los insurgentes sunitas que hacen parte del llamado Estado Islámico, ejército en formación que ya domina amplias zonas en Irak y la región del Kurdistán.
Sin embargo, que en Bagdad se conforme un gobierno de coalición fuerte y de largo aliento no es tarea fácil, ni para Obama como para tampoco para las potencias que como Francia e Inglaterra anunciaron ayer que respaldarían acciones humanitarias al norte de Irak, sobre todo para asistir a las decenas de miles de desplazados y refugiados en el Monte Sinjar.
"En ausencia de un gobierno iraquí, es muy difícil lograr un esfuerzo unificado" contra los yihadistas, advirtió Obama en su alocución de ayer.
Por lo pronto una vez más soplan vientos de guerra en Irak o, peor aún, simplemente ahora son más fuertes.