Las elecciones bogotanas

Domingo, 15 de Enero de 2023

El extraño no de Peñalosa

* “Más administración y menos política”

 

 

A menos de diez meses para las elecciones regionales y locales, la campaña toma ritmo rápidamente. Ya en las principales ciudades y gobernaciones la baraja de candidatos y precandidatos comienza a crecer.

Bogotá, que continúa siendo el segundo cargo de elección popular más importante del país, no es la excepción a ese escenario. De hecho, en las últimas semanas se ha puesto sobre el tapete una serie de nombres de empresarios, exalcaldes, excongresistas, exministros, concejales y excabildantes, así como de excandidatos al Palacio de Liévano.

En tanto, uno de los que parecía con un viento evidentemente favorable para una aspiración de este tipo, precisamente el dos veces burgomaestre de la ciudad, Enrique Peñalosa, ha venido sosteniendo con énfasis que no hará parte de la baraja y que no someterá su nombre para un tercer período. De hecho, a finales del año pasado así lo había dicho a este Diario y reiteró este fin de semana en otro medio que no tiene entre sus planes competir por la sucesión de Claudia López en octubre próximo.

Bien se sabe que Enrique Peñalosa no es la expresión nítida de lo que algunos entienden por carisma, pero ello por supuesto no es falencia ninguna cuando se trata de abocar y resolver los ingentes problemas que aquejan a una metrópoli como Bogotá. De suyo, el carisma ha sido más bien una condición nefasta cuando tras de este se ha escondido la ineptitud y en no pocos casos la corrupción, llevando al traste los avances citadinos. Claro que en su momento hubo experimentos carismáticos interesantes, como los liderados por Antanas Mockus, quien enseñó que el saldo pedagógico en la administración pública tiene igual o mayor peso que cualquier otra característica cuando se habla de la alta política, es decir, del servicio público real. Pero tampoco es factible decir, en la gran mayoría de casos, que la urbe bogotana haya sido gobernada por personajes carismáticos o que ello sea un requisito sine qua non para incorporarse en la justa electoral.

Es claro, de otra parte, que no solo en Bogotá, sino en muchas ciudades del país (así como en la estructura nacional misma), lo que se requiere son figuras con una profunda capacidad ejecutiva. Políticos, sí, porque al fin y al cabo la administración pública es ante todo una expresión democrática, pero en igual medida verdaderos administradores públicos, puesto que precisamente es su ausencia, en particular en las regiones, lo que ha significado una profunda erosión de la democracia colombiana. Basta ver lo que hoy ocurre en las grandes ciudades del país para constatarlo: las urbes se caen a pedazos, apenas si se logran formulaciones demagógicas para atraer a la galería, la inseguridad campea en las esquinas, el desempleo está a la orden del día y en muchos casos son presa de la más aguda politiquería. Todo un panorama de desidia e irresponsabilidad que, en efecto, retrata la decadencia de los nervios más sensibles de la democracia en la nación.

No es fácil, entonces, hablar de un “carisma administrativo”. Al fin y al cabo, la gente, en estas épocas de “sociedad líquida”, prefiere despachar los días con las camorras o las superficialidades de las redes, los sucesos anodinos de los llamados “famosos”, la humanización caricaturesca de los animales que toman de objeto, y tanta circunstancia en que se mata el tiempo que, no obstante, prospera indefectible en medio de la vacuidad pasmosa. Desde luego, cada cual es libre de hacer lo que a bien tenga al respecto, pero en todo caso un conglomerado social necesita un norte eficaz para su mejor desenvolvimiento, satisfacer las verdaderas necesidades ciudadanas y encontrar mecanismos conjuntos de bienestar y progreso. Además, bajo un trámite eficaz y expeditivo del presupuesto urbano correspondiente, enmarcado en un modelo de ciudad preciso que obedezca a un plan serio y unas normas territoriales consecuentes, en concertación y sinergia positivas entre las autoridades populares de cada localidad.    

Es ahí, justamente, donde Peñalosa adquiere “carisma administrativo”. Frente a ello, nadie duda de que es necesario ajustar el modelo de ciudad; lograr un Plan de Ordenamiento Territorial concertado; evitar, por ejemplo, los mensajes contradictorios sobre el accionar de la Fuerza Pública ante la delincuencia; y arrancar con decisión el esquema de Bogotá-Región Metropolitana. Pero mucho más que eso la ciudad necesita, como decía el general Rafael Reyes, “menos política y más administración”. No se entiende muy bien por qué Peñalosa se margina…