La tormenta china | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Julio de 2020
  • Alerta global por presión a Hong Kong
  • Conflictos por comercio y coronavirus

 

Muy caro pagó Deng Xiaoping, autor de la asombrosa y potente transformación económica de China, su convicción de que ser socialista no tenía que ser equivalente a ser pobre y que el país más poblado de la Tierra podría alcanzar el desarrollo y la prosperidad para su gente, utilizando recursos, estrategias y herramientas del mundo capitalista. “Gato blanco, gato negro, no importa el color, si caza ratones es un buen gato”.

Trató de hacerlo desde los primeros años de la revolución, cuando fue el hombre de confianza de Liu Shaoqi, quien llevaba el manejo de los principales asuntos del gobierno. Pero después del fracaso del “Gran salto adelante” impulsado por Mao, el ala dura de los comunistas lanzó contra ellos la Revolución Cultural. Entre 1966 y 1976 los chinos vivieron los años más difíciles y ruinosos de su nueva historia. Deng fue destituido de todos sus cargos y fue objeto de toda clase de humillaciones y de afrentas, incluido que uno de sus hijos, Deng Pufang, fuera detenido por guardias rojos que lo arrojaron a través de una ventana. Como consecuencia de esa caída quedó paralítico.

En el más puro respeto de las tradiciones milenarias del poder en ese enorme país, solo hasta 1976, tras la muerte de Mao, se produjo el ascenso de Deng al poder y pudo ejecutar sus planes y proyectos. China se convirtió en la fábrica del mundo e inició un proceso de crecimiento y desarrollo sin antecedentes en el planeta, que sacó de la pobreza a la mayor parte de su inmensa población, transformó sus ciudades y zonas rurales y convirtió al país en una gran potencia en todos los órdenes.

Un solo contratiempo de gran envergadura enfrentó Deng en su mandato: la rebelión popular desatada en 1989 por ciudadanos que reclamaban una apertura política acorde con la nueva realidad económica, pues el país se mantuvo aferrado en esa materia al modelo estalinista implantado en 1949. Deng puso fin a las revueltas con mano dura y se produjo la “matanza de Tiananmen”, cuyo número exacto de víctimas nunca fue precisado.

Todos esos fantasmas reaparecen ahora cuando China vuelve a agitar tormentas en el mundo desde múltiples frentes, primero por la imposición de la nueva ley de seguridad en Hong Kong que puso fin a las libertades y al estatus especial que tenían los habitantes de ese territorio tras la devolución por parte del Reino Unido en 1997. Con instituciones e inercias de la época colonial, los habitantes de Hong Kong tienen una concepción de la ley y de la libertad que riñe con el rígido esquema de la burocracia comunista. El contraste entre la libertad económica y la intransigencia política desató protestas populares en 2014, en demanda de democracia, con réplicas fuertes en 2019 y 2020. Agobiado por los desórdenes, el gobierno de Beijing volvió a responder con mano dura e impuso la nueva ley, un golpe definitivo a las libertades de que gozaban los hongkoneses y que echa por tierra el principio de "un país, dos sistemas", con base en el cual Deng articuló la China de sus sueños.

Tiempo de tormentas para el país que ahora gobierna Xi Jinping, porque a la crisis de Hong Kong hay que agregar el reavivamiento de múltiples conflictos, de alguna consideración -con India, con Japón, con Vietnam-. Pero sobre todo con Occidente en torno de la propagación de enfermedad por el coronavirus Covid-19 y muy especialmente con Europa y con Estados Unidos por temas de comercio.

La República Popular China tiene en crisis el sistema multilateral tras su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, un gran desafío consistente en lograr que un país, que no se rige por las reglas del mercado, se pudiera integrar y jugar en igualdad de condiciones con los sí las observan. China se vio beneficiada con los derechos, privilegios y ventajas de la OMC, sin ajustar a cambio su modelo, lo cual afecta inexorablemente los principios de reciprocidad y equidad fundamentales en las relaciones comerciales. La mayoría de las empresas chinas son de propiedad estatal y gozan de ayudas y subsidios. Se puede afirmar que la competitividad del país es artificial, porque los costos de sus productos no se reflejan nítidamente en los precios y porque no respetan estándares laborales y ambientales, entre otros, obligatorios para los demás países. La situación se ha agravado en medio de la crisis mundial al punto que está alineando a Estados Unidos con Europa -que tenían sus propias diferencias comerciales- contra los graves desequilibrios y distorsiones que ocasiona China.

Se abre paso en el mundo la idea de renegociar las condiciones de permanencia de China en el sistema multilateral de comercio y una aguda confrontación de la nueva potencia con el resto del mundo. Una que compromete la estabilidad de los dos gatos de Deng, pone a prueba la vocación pacifista y la capacidad de su país de respetar el orden mundial.