- Régimen Ortega, nepotismo y brujería
- Indolencia internacional ante la tragedia
Nicaragua, con 130 mil kilómetros cuadrados y un poco más de 6 millones de habitantes, tiene uno de los índices de corrupción más altos de la región. Una situación agravada por cuanto los organismos judiciales y de control suelen estar sometidos a la voluntad del presidente Daniel Ortega, su esposa, círculo familiar y, sucesivamente, a la dirigencia partidista sandinista. La división de poderes en ese país no pasa de ser una ficción.
Ortega y su esposa usan la jerga revolucionaria del “socialismo del siglo XXI” para tratar de justificar la violencia contra la oposición, en tanto practican hasta ritos satánicos y conjuros para seguir en el poder, sin atender los ruegos de la Iglesia Católica para que cese la sangrienta represión. En el país coexisten dos clases sociales: los que mandan a nombre de los Ortega y, de otro lado, los millones de personas que padecen la barbarie de esa ominosa satrapía. La revolución sandinista busca infructuosamente justificar el enriquecimiento de los suyos, sin importarle la situación paupérrima y de extrema vulnerabilidad en la que a duras penas sobrevive el resto de la población.
Según los analistas, el régimen trata de esconder la realidad de la crisis política y el grado de la barbarie imperante. Una barbarie peor a la de los tiempos de pesadilla en la época de los Somoza.
El nepotismo de los Ortega hace lo imposible por sostenerse pese a su creciente impopularidad. Ejercen el poder no atendiendo las leyes escritas y aprobadas por los legisladores, sino afincados en un extraño lema: ‘lo que es bueno para la familia presidencial, lo es para Nicaragua’. La famosa revolución sandinista, que alguna vez animó a los nicaragüenses, se reduce hoy a los altisonantes discursos gubernamentales. En boca de todos están los ritos de brujería que la Primera Dama hace, ya sea en su círculo íntimo para mantenerlo unido, o dirigidos a los contradictores para tratar de atemorizarlos aún más. Hay, asimismo, una clase dirigencial pequeña que busca enriquecerse en medio de la crisis. Entretanto, la industria privada languidece en un país en donde el gobierno es el gran empleador.
Lo más grave es que Nicaragua se hunde bajo la indiferencia internacional. Aun así la frustración y angustia no derrota la tenue esperanza de la heroica juventud que casi a diario sufre atropellos y asesinatos en las confrontaciones callejeras con las fuerzas del régimen, que amenazan al pueblo con las armas y no temen disparar para acallar a las multitudes que se atreven a clamar a favor de la democracia y la libertad.
El régimen comunista de Nicaragua se instaló en el siglo XX en Managua, al derrotar el sandinismo, a sangre y fuego, el gobierno dictatorial. Se desgastó en poco tiempo por el abuso y enriquecimiento de sus jefes y del máximo comandante. Ortega persiguió a los sectores productivos y despojó a los propietarios a todo nivel. Por lo mismo, las siguientes elecciones las ganaron los demócratas en cabeza de Violeta Chamorro. Lamentablemente el clan de los Ortega regresó al poder por la vía electoral y el fraude, convertido ya para entonces ese país en un gran hervidero de intrigas revolucionarias y la influencia geopolítica de Fidel Castro con la misión de exportar el odio político y dinamitar la estabilidad regional. Gran parte de las armas que por entonces les llegaron a los grupos subversivos de Suramérica, cruzaron por Nicaragua y alimentaron el terrorismo en esta parte del continente, en particular en Colombia.
El militar golpista Hugo Chávez, al apoderarse por la vía electoral del solio presidencial en Venezuela, como agente de Fidel Castro, estableció una férrea alianza con el sandinismo. Le ofreció y entregó ayuda permanente en dólares y petróleo al clan Ortega para sustentar la revolución y convertir el pequeño país centroamericano en sitio de veraneo, refugio personal y de los suyos. Gran parte de esos millones procedentes de Caracas se destinaron a mover el injusto proceso en La Haya contra Colombia. Chávez lo financió, en lo que se conoció como la operación tenaza para disputarle el mar y el territorio soberano a nuestra nación, con miras a construir un canal interoceánico. La indolencia colombiana y la incapacidad de denunciar el peligro sandinista son incomprensibles, como la tolerancia del resto del mundo civilizado frente a tanta barbarie en Nicaragua.