Siguiendo las hondas reflexiones de Nicolás Gómez Dávila se llega a la conclusión de que lo conservador tiene que ver con la reacción frente a los compromisos y deberes para con nuestros mayores y la sociedad en la que vivimos. El verdadero conservador es por sobre todas las cosas un ser pensante, que defiende su modelo de vida que, necesariamente, reacciona cuando el Estado o las distintas fuerzas política intentan avasallarlo. El conservador se resiste a los códigos de las masas que pretenden por instinto igualar por lo bajo a los hombres. El ser que tiene definido sus gustos y la concepción estética reacciona contra lo manido y el mal gusto. Por lo que propende a fomentar la cultura y defender las expresiones artísticas de los suyos, sus costumbres, sus tradiciones, sus intereses y valores. El que reacciona frente a las presiones políticas de la izquierda tiende a afiliarse o votar por los partidos de orden. Y cuando los partidos conservadores se anquilosan o no se renuevan, dirigentes de otras tendencias los desbordan y les rapan el electorado.
En la democracia urbana que se expresa votando por los concejos y alcaldes, el elemento de orden no vota tanto por partido, se inclina más a votar por los más capaces o contra el candidato que más le disgusta. No coincide en Colombia la aparición de políticos capaces con el aumento creciente de la natalidad. Hoy son una rareza los políticos que arrastran las masas y llenan la plaza pública con multitudes que desean ser seducidas por su verbo. La exposición constante de los políticos los desgasta, determina que su mensaje no tenga nada nuevo. Así como mandan múltiples mensajes en el día a día, llega un momento que el público deja de atenderlos o de visualizarlos, como pasa con los floreros que de tanto mirarlos las gentes del común no los ven, se vuelven parte del paisaje y la gente no los valora. El Congreso tiene un canal institucional, donde pueden aparecer los congresistas casi a diario, sin que por eso logren captar sino por excepción la atención popular.
Y se están tratando asuntos de suma importancia en el Congreso, las discusiones sobre la propiedad privada y la tierra, bien merecen la atención del público. Entre las columnas básicas del pensamiento conservador está la defensa de la propiedad. La voluntad de hacer propietarios y elevar el nivel de vida de los colombianos. Como el compromiso con un sano nacionalismo. Por generaciones se ha protegido a los propietarios de la tierra, sin importar si son pequeños o grandes. En cuanto a la entrega de terrenos baldíos se ha preferido darlos a los pequeños propietarios, lo que no significa que no se puedan otorgar en algunos casos a grandes inversionistas. Las reformas agrarias del general Charles de Gaulle en Francia, que resultaron tan positivas, fomentaron el sistema cooperativo, para que distintas unidades agrícolas pudiesen producir de consuno. Lo que se puede hacer en Colombia en materia agraria bajo determinadas condiciones. Claro, que en estos momentos en los cuales en La Habana se toca el tema agrícola, en cuanto a los cultivos de pan coger, que son los que pretenden promover allí, no tienen mucho futuro en el país. Se les olvida que al firmar el TLC con los Estados Unidos y la UE, tienen subvenciones agrícolas importantes y diversos estímulos a los productores, fuera del alto grado técnico de sus agricultores, las facilidades de crédito, buenas carreteras, seguridad y proyecciones a largo plazo, cuentan con elevados excedentes para la exportación. Allí se van a presentar líos.
Lo mismo que se debe analizar con criterio político y nacionalista, la inversión extranjera, particularmente en zonas de la periferia del país, en las cuales el imperio de la ley no existe y el atraso en infraestructura dificulta el desarrollo. Los grandes inversionistas internacionales pueden invertir allí, en especial cuando se entiende que la paz negociada avanza en La Habana. En caso de lograrse un acuerdo de paz quienes compren ahora tierra podrían ganar miles y miles de millones, al revender al poco tiempo, apenas cuando se consolide el desarme y se produzcan grandes inversiones en infraestructura sin las cuales no sería posible garantizar la inversión económica, ni el desarrollo en paz. Allí está el fondo de la cuestión, lo reaccionario y lo conservador consiste en entender esto, lo mismo que en fomentar los cultivos tropicales en los que somos fuertes, como la palma africana, el caucho, la reforestación en gran escala. Ahí es donde se juega el futuro y en ese caso, como lo hemos afirmado de manera sistemática en varias ocasiones, debemos analizar y mejorar el ejemplo de Brasil con sus cultivos en tierras de débil capa vegetal. La propuesta desde El Nuevo Siglo es clarísima: podemos desarrollar y arborizar 6 u ocho millones de hectáreas en la Orinoquia, que les darían trabajo a los desmovilizados de todo pelambre, a los campesinos sin techo y los elementos de las ciudades que quieren hacer fortuna.