La política, problema nacional | El Nuevo Siglo
Jueves, 14 de Abril de 2016

·       No confundir lo práctico con lo pragmático

·       El país se pierde en la inanición ideológica

 

La política en Colombia se viene confundiendo, última y lamentablemente, con el transaccionismo. Esto en el sentido de que si se pertenece a una coalición, bien sea de gobierno o de oposición, se participa en una especie de recipiente ideológico en el cual se diluyen las ideas para generar un potaje indigerible. Con ello se distorsiona el espectro político hasta esa figura repelente y supuestamente modernizante del pragmatismo. Lo que al final es una variable deleznable de la igualmente nociva tesis de que “el fin justifica los medios”.

 

Pero una cosa, por supuesto, es el sentido práctico de la cosas y muy otra el pragmatismo. Lo práctico, por ejemplo, consiste en aplicar el concepto sencillo de que es bueno que a Colombia le vaya bien y mejore sus condiciones. De modo que conjuntamente se puedan dar así respuestas objetivas a las apremiantes necesidades circundantes. Para lograrlo, es apenas de sentido común que se busque la mayor cantidad de voluntad política posible y de ésta manera se señalen y consigan, en conjunto, los propósitos nacionales. Quiere decir, a fin de cuentas, que se trata de un esfuerzo colectivo disciplinante, sin que ello suponga, en lo absoluto, un desmedro del pensamiento de base, ni un abandono ideológico que desfigure el contenido conceptual de quienes participan. Porque si ese es el precio de participar en una alianza, es decir, si se trata de despojarse de la doctrina que se representa, pues de inmediato ha de impugnarse tanto en cuanto la asociación así configurada lleva a la agonía ideológica por inanición del pensamiento. Y en ese caso habría que dar razón a quienes dicen que una coalición de tal modo concebida solo se trata de “mermelada”, puesterismo y contratitis aguda.

 

Pese a que no hace mucho Francis Fukuyama, en un alarde de pragmatismo intempestivo, declaró el “fin de la historia”, con base en la desaparición de las ideologías, la realidad monda y lironda es que el sofisma no alcanzó a prosperar en el mundo ni durante un par de décadas. De hecho, en una época como la actual, signada por el fundamentalismo de origen musulmán, el fin último es por el contrario netamente ideológico, puesto que se trata de poner en entredicho la gran mayoría de valores occidentales decantados en un prolongado acumulado histórico. No es, pues, un caso de religión que competa precisamente al espíritu, sino una cruzada ideologizante, con el terrorismo como cabeza de puente, y cuyo objeto principal es imponer unas ideas sobre las otras.

 

Esto para decir que, aun con todas las paradojas contemporáneas, el planeta se sigue moviendo por las ideas, inclusive las más extravagantes y repulsivas. Y que ello también está vigente para Colombia. Decirlo parecería una simpleza, pero no lo es tanto cuando se tiene la percepción de que el transaccionismo es el móvil prioritario del desenvolvimiento político nacional y que la gran cosa es ser pragmáticos, es decir, no tener ideas, mucho menos movilizarlas. Precisamente es a esto a lo que se debe el desprestigio de la política. Dejarla expósita como instrumento colectivo vital es, a no dudarlo, el gran pecado del momento.

La erosión de la política en el país, luego de tantos escándalos, es tal vez uno de los hechos más deplorables de los últimos tiempos. Pero, en la misma medida, dejarla desvanecer como cosa inútil y, aun peor, como elemento negativo, es aceptar que se han perdido todos los resortes y mecanismos de orientación y aglutinación sociales. En estos días el tema se puso, de cierta manera, sobre el tapete. Así lo hicieron indistintamente, Rodrigo Pardo, director editorial de la revista “Semana”, en un análisis sugestivo, y la también directora radial Diana Calderón, en nutrido debate de “Hora 20”, donde citó a los jefes de los partidos políticos.

 

De nuestra parte, si bien compartimos el diagnóstico de Pardo, en el sentido de que antes de asfixiar la política hay que prohijarla, no así su conclusión. No creemos que el problema radique en la falta de liderazgo. El tema es que los políticos no practican la política sino que ejercen la acción y efecto de politiquear, es decir, tratarla con ligereza y superficialidad o lo que el diccionario llama “brujulear”. Y no es por la vía de los incisos y las reglamentaciones, o sea el pragmatismo, como los más connotados profesionales de ella lo sugirieron en el debate de Calderón, que se la pueda recuperar. Sirvan, en tanto, las discusiones de abrebocas, porque el gran problema colombiano es la distorsión de la política. Solo cuando se entienda que ella no es prebenda, sino pensamiento, se habrá dado un paso efectivo hacia la paz colectiva y con vocación de futuro.