Es bueno saber qué pasa en el proceso de paz con las Farc. Lo que ocurre actualmente, en medio de declaraciones e irritaciones entre las partes, es sintomático de que las cosas no andan bien. Posiblemente, desde luego, se trate de la tensión previa a los acuerdos. O, de otra parte, consista en que definitivamente se están hablando lenguajes diferentes.
Lo que el país y la historia quieren es que se acabe la confrontación que por años ha hecho de Colombia una mácula internacional y un país asediado por la sangría y la depredación. Pero lo que se observa es un laberinto procedimental. Si el Gobierno habla de un Marco Jurídico y un Referendo, la contraparte dice lo contrario. No existen consensos, sino disensos, en lo que se conoce, y entre una gigantesca cantidad de palabrería lo que pareciera colarse, paradójicamente, es un mutismo sobre el núcleo de la cuestión.
A estas alturas se presumía que deberían estar sentadas las bases para el denominado fin del conflicto. Luego del radical discurso de Oslo, cuando de antemano se pensó que todo estaba perdido y las conversaciones no avanzarían, se abrió un compás de espera para la agenda pactada. En el año, de entonces a hoy, se ha logrado un acuerdo en el tema agrario, lleno de salvedades. Entre tanto, en el Parlamento pasó el Marco Jurídico y lo propio se avizora con el Referendo. Desde el punto internacional, el Presidente acaba de conseguir, en la ONU, que la Corte Penal Internacional sea aliada y guía de un proceso con preeminencia nacional.
Todo ello, sin embargo, son procedimientos. Es necesario, por lo tanto, pasar a los contenidos. De no ser así volverá a caerse en las pugnas y fricciones que se produjeron en los procesos de paz de 1984, 1993 y 2001, dando al traste con la llamada salida política negociada.
En efecto cuando el proceso de paz de Belisario Betancur pasó al gobierno de Virgilio Barco la tregua de entonces se rompió departamento por departamento. En 1993, los contenidos del proceso no pudieron avanzarse por estar sujetos a la firma del cese de fuegos, que era el primero de diez puntos de la agenda, hasta que con el secuestro y asesinato del exministro Argelino Durán Quintero, por parte del EPL, se cerraron los diálogos de Tlaxcala. El proceso de paz de 1998 a 2002 es tema conocido y la conclusión es que la misma pugna por los procedimientos, en los cuales pesó sobre manera la zona de distensión, astillaron la negociación.
En esta oportunidad pareciera estar ocurriendo lo mismo. Lo que a cada tanto se observa entre las partes son fricciones procedimentales, sin que se llegue a conclusiones certeras y acordadas. Es sabido, por lo firmado en la agenda, que la ruta crítica se dirige específicamente hacia el fin del conflicto, bajo la tesis de que nada está acordado hasta que todo esté pactado. Esto no quiere decir que no debe saberse claramente cuáles son los avances y lo que está pendiente en el proceso. Un documento mutuo en tal sentido sería válido para vigorizar las negociaciones y darle un parte a la opinión pública. Mientras ambas partes se mantengan bajo el espectro de los micrófonos y los reflectores, cada una distanciándose cada vez más de los objetivos señalados, el proceso entrará en las arenas movedizas en que comienza a empantanarse.