* Naufragio de la reforma a la educación
* Ajustes estructurales siguen pendientes
El “entierro de tercera”, como lo denominó un congresista, al proyecto de ley estatutaria de la educación, que se hundió en último debate en la plenaria del Senado sin siquiera ser agendado para empezar a discutir las ponencias, permite derivar varias lecciones aprendidas.
La principal, sin duda alguna, que el naufragio de la iniciativa es responsabilidad directa del Gobierno y su bancada que, presionados por la negativa y las protestas del sindicato de maestros públicos, terminaron por desconocer el acuerdo con los partidos independientes y de oposición al que se había llegado en la comisión I del Senado. Una concertación que permitió ajustar el articulado en muchos aspectos cruciales, dando como resultado una propuesta de reforma equilibrada, que avanzaba en el cierre de las brechas en el sistema educativo, la cualificación y evaluación docente, respetaba la iniciativa privada, blindaba la autonomía universitaria, aseguraba un marco de financiación realista y que, sobre todo, generaba un marco normativo sólido e integral que garantizaba que la segunda parte de la reingeniería al modelo de enseñanza en el país, es decir el anunciado proyecto sobre educación superior, correspondiera a los criterios de modernidad, competitividad y eficiencia que se requieren.
Sin embargo, al final pesó más la presión de Fecode sobre la Casa de Nariño, a sabiendas que el señalado sindicato -que siempre ha sido una piedra en el zapato para cualquier reforma que quiere aumentar la calidad educativa- no solo fue financiador de la campaña presidencial sino que, además, es uno de los sectores al que acude constantemente el Gobierno para tratar de demostrar una capacidad de movilización ciudadana que, a la hora de la verdad, no tiene.
Así las cosas, el país perdió más de un año de análisis y discusión amplia y al más alto nivel sobre los ajustes urgentes al sistema de educación. A lo largo de los debates quedó claro que las falencias del modelo de instrucción prescolar, básica, primaria, secundaria y superior están sobrediagnosticadas. Las brechas entre la educación pública y privada, así como entre las áreas urbanas y rurales, son más que evidentes. Como también las falencias en la evaluación y capacitación de los profesores. Por igual, resulta innegable que hay altos niveles de deserción en las aulas, muchas debilidades en infraestructura y grandes retrasos en conectividad digital y en el uso efectivo y proactivo de las nuevas tecnologías.
Pero también hay otros asuntos aún más complejos por resolver. Por ejemplo, hay una patente desconexión entre el tipo de profesionales, tecnólogos y técnicos que están graduando las instituciones de educación superior y lo que demanda el mercado laboral. En este aspecto es incipiente la implementación del Sistema Nacional de Educación Terciaria. Para países con modelos productivos como el colombiano resulta un imperativo avanzar hacia la preparación de mano de obra calificada acorde con las realidades ocupacionales. Las empresas buscan perfiles cada vez más especializados, al tiempo que los emprendimientos personales y las microempresas se fortalecen como opciones de progreso rentables y competitivas. El actual esquema no responde a ese escenario de trabajo y desarrollo.
Lamentablemente, todos esos insumos puestos sobre la mesa en el último año en el marco de la discusión del malogrado proyecto de reforma a la educación quedaron en el aire. El Gobierno y sus afines parlamentarios prefirieron inclinarse por modelos anacrónicos, comprobadamente fracasados, ideologizados al extremo y con una enfermiza propensión a estatizar todo el sistema de enseñanza. Como se dijo, la corrección a esa peligrosa hoja de ruta, que se había logrado con la concertación del articulado en la comisión I del Senado, se frustró en el último debate y el resultado no pudo ser otro que el hundimiento de la iniciativa. Ni siquiera hubo necesidad de abrir la discusión en el hemiciclo porque era obvio que las mayorías en la cámara alta votarían negativamente la propuesta gubernamental.
Pese a que año tras año el rendimiento y calidad de la instrucción de deterioran, como lo demuestran los malos resultados de los estudiantes colombianos en las pruebas internacionales estandarizadas, la apuesta del Gobierno y Fecode continúa siendo por la mediocridad y el anacronismo. No hay que olvidar que a los bajos promedios en los exámenes PISA en las áreas de ciencias, matemáticas y lectura, se sumó lo revelado esta semana en torno a los alumnos de nuestro país quedaron en el último lugar de las naciones que integran la OCDE en cuanto a la medición de pensamiento creativo que, como es apenas obvio, es la materia prima de la generación de conocimiento nuevo y valor agregado productivo.
Como se ve, la posibilidad de una reingeniería integral a la educación en Colombia se bloqueó una vez más. Habrá que volverlo a intentar, es claro. La pregunta es una sola: ¿cuándo?