La ONU: hora de la sinceridad | El Nuevo Siglo
Lunes, 8 de Julio de 2019
  • Una revisión más allá de los incisos habaneros
  • El descuadernamiento evidente del acuerdo

 

Por cerca de tres años el país se ha mantenido en vilo por cuenta de los acuerdos entre la administración de Juan Manuel Santos y las Farc, como podrá constatarlo esta semana la delegación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de visita en Colombia. Incluso, durante el lustro previo ocurrió exactamente lo mismo: todo el esfuerzo nacional estuvo dirigido a la llamada “paz total”. Hoy se sabe, por supuesto, que esa no fue sino una consigna efímera, ya que aparte de las Farc ningún otro grupo violento se metió en la colada.

Aún más, las Farc se dividieron, desde que se citó en el Yarí a la reunión final para la desactivación armada y se pretendió dar la última bendición al acuerdo habanero de 300 páginas. En ese orden de ideas, ya se sabía que las cosas iban pierna arriba y que el escenario apuntaba, para quienes querían permanecer en la rebeldía, a simplemente jubilar a los “viejitos de La Habana” y dejarlos proceder en consecuencia, según lo dijeron textualmente ante ciertos testigos del evento. Esto a cambio de que ellos también tuvieran libertad de acción y se les respetara su negativa a participar de lo acordado con Santos.

Ese convenio, no tan implícito, fue pues el germen de las denominadas “disidencias” de las Farc, que hoy están en pleno auge y cuyo número aumenta con las que igualmente podrían denominarse las “reincidencias” de la misma organización. Que, al fin y al cabo, son dos componentes de idéntica trascendencia y que no parecerían obedecer apenas al epíteto de los “grupos residuales”, bautizados así por las autoridades. O al menos no es claro, en ninguna estrategia oficial, ese concepto de la “violencia por residuo”. De suyo, dos “residuos” sumados, como el Eln y las Farc Disidentes-Reincidentes, producen un todo de mayor volumen matemático. Y eso es lo que está ocurriendo en ciertas partes del territorio, como Arauca y otras localidades.      

Es cierto, claro está, que hasta el momento ese conjunto aparentemente amorfo entre “disidencias” y “reincidencias” todavía no se ha autoproclamado como las “Farc-Auténticas”, al estilo de los remanentes del IRA, en Irlanda, después del proceso con Tony Blair, desde luego muchísimo menores a los de la guerrilla colombiana. Sin embargo, la idea parecería la misma, acorde con lo que se desprende de las últimas cartas conocidas desde la clandestinidad de “Iván Márquez”, nada menos que el máximo jefe de las Farc en la mesa de negociación, cuando dice que “fue un error dejar las armas”. Precisamente, tal vez por conservar el nombre intacto e impedir cualquier desviación, los beneficiarios políticos del acuerdo de La Habana mantuvieron la sigla en el partido que crearon y cuyos resultados electorales, en la primera salida democrática, fueron del 0.4% en las últimas elecciones parlamentarias. Y eso, sumando los votos de Senado y Cámara. Habrá que esperar a las próximas elecciones regionales para ver el nuevo desempeño, aunque las coaliciones, como en todos los partidos, no dejarán ver el bosque.

La verdad sea dicha, el Consejo de Seguridad podrá, asimismo, no solo revisar las anteriores realidades, sino también corroborar algo inédito en los procesos de paz del mundo: el hecho de que un jefe negociador, en este caso el de las Farc, haya dejado atrás el acuerdo y vuelto a la clandestinidad, en compañía de algunos de los actores más peligrosos de la contienda previa. Es casi tanto como que Joaquín Villalobos o Nelson Mandela, en El Salvador y Suráfrica, hubieran retornado a la rebeldía con los colegas más cercanos, especialmente del ala militarista.

Fuere lo que sea, al país se le vendió la idea de que había llegado el momento culminante de acabar integral y definitivamente con 50 años de conflagración. Y de este modo lo proclamaron en su conjunto, voceros del gobierno y de la guerrilla, para darle sustento a unos mecanismos de negociación que a la larga resultaron tan controvertidos que el resultado democrático fue sorpresivamente negativo cuando se pidió el aval popular en un plebiscito que, a raíz del propagandismo político de toda índole, se pensaba resultaría abrumadoramente a favor.    

En cualquier caso, la visita del Consejo de Seguridad de la ONU es la oportunidad de sincerar, con todas sus letras, el confuso panorama que se vive, por demás en un país que ha cuadriplicado su producción cocalera durante el período y que está significando la muerte de los líderes comunitarios en las regiones periféricas. No basta, entonces, con simplemente revisar el trámite de los incisos habaneros, sino de llegar verdaderamente a fondo en los ambivalentes y telúricos factores de la paz que, por su estructuración y desarrollo, están llevando al agudo reciclaje de la guerra.