* El polvorín sirio y la geopolítica
* Tragedia humanitaria sin doliente
La impotencia de la comunidad internacional para detener tragedias y desangres de pueblos enteros difícilmente había quedado tan evidenciada como ahora con el caso de Siria, un país que se hunde en una guerra civil que día tras día cobra decenas de vidas. Los informes de los organismos de derechos humanos y la Organización de Naciones Unidas (ONU) son cada día más desoladores. Los combates entre fuerzas del régimen gubernamental de presidente Bashar al Asad y los ejércitos insurgentes ya no tienen cuartel. Las tropas oficiales han sido acusadas de múltiples masacres, asesinatos, detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, bombardeos a civiles así como destrucción y saqueos de poblados enteros bajo la sospecha de que se apoyan a los contingentes rebeldes. Aunque en menor escala éstos también han sido blanco de señalamientos por violaciones a los derechos humanos y el Derecho Internacional Humanitario.
La advertencia días atrás del emisario internacional para la crisis de Siria, Kofi Annan, en torno de que tras 15 meses de cruentas refriegas Siria se encaminaba a una guerra civil alimentada por un fondo religioso -por la polarización entre las facciones sunitas y chiitas- si bien caló en todo el mundo e impactó en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo cierto es que no ha generado una acción política, diplomática o bélica que frene la tragedia en esta nación musulmana.
Todo lo contrario, el pulso entre las potencias de Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, frente a Rusia y China cada día es mayor, a tal punto que ya hay analistas que sostienen que el mundo asiste a una reedición de la “guerra fría” en este segunda década del siglo XXI. Prueba de ello es el cruce de acusaciones esta semana entra Moscú y Washington por las presuntas maniobras de uno y otro para dotar de arsenales a los bandos enfrentados. A ello debe sumarse la oposición china y rusa a que desde el Consejo de Seguridad se ordene una posible intervención militar contra el régimen de Bashar al Asad, le ha permitido a éste seguir aferrándose al poder y a sus tropas ‘purgar’ a sangre y fuego los enclaves insurgentes. Y como si fuera poco, en el ya de por sí complicado escenario geopolítico terció ahora con más fuerza Irán, que si bien es un aliado incondicional de Damasco, también sabe que cobrar protagonismo en este conflicto le permitirá fortalecer su bloque de apoyo frente a una cada vez más inminente acción militar aliada en su contra por su insistencia en el programa de desarrollo nuclear, el cual sigue avante pese al reciente endurecimiento de las ya de por si drásticas sanciones económicas contra Teherán.
Seguir por la ruta de ‘reeditar’ la ‘guerra fría’ constituye un riesgo para la paz y seguridad mundiales. La prueba de ello está a la vista, pues mientras las grandes potencias se afincan en un pulso geopolítico de amplio espectro, la tragedia humanitaria en Siria se encamina a sobrepasar poco a poco todos los límites de la crueldad y barbarie, con el agravante de que el fondo religioso de la confrontación podría extenderse allende las fronteras sirias, pues toda esta región es escenario de constantes contradicciones entre gobiernos, tendencias ideológicas y políticas sunitas y chiitas. El cruento atentado ayer contra el mausoleo de Zeynab, uno de los lugares más sagrados para el Islam chiita, es seguro que tendrá repercusiones muy fuertes y hace imposible ya la posibilidad a corto plazo de que este país pueda salirse de la espiral de la guerra civil.
¿Qué hacer? El margen de acción de la ONU cada día parece más estrecho para hacer frente a la crisis siria. Una acción militar, la creación de zonas de exclusión aéreas o terrestres entre las partes o la implementación de un embargo de armas a Damasco pasan, todas las opciones, por lograr un consenso geopolítico entre Estados Unidos, Rusia y China, un propósito que hoy se va cada vez más remoto. El problema es que cada minuto de indecisión se ‘paga’ con vidas sacrificadas en esa nación árabe.