La nueva canasta familiar | El Nuevo Siglo
Miércoles, 9 de Enero de 2019
  • Una medición más realista y moderna
  • Más allá del mero cálculo de inflación

 

Las tendencias de consumo de los hogares son muy dinámicas y ello obliga a las autoridades que les hacen seguimiento a actualizar a cada tanto los modelos de medición, con el fin de tener certeza sobre las evoluciones de precios, demanda y oferta de los bienes, productos y servicios que componen la canasta básica de las familias, según su distribución socio-económica.

La información fiable al respecto es vital para calcular una serie de indicadores claves, incluso más allá del de la inflación, permitiendo recolectar insumos estadísticos sobre capacidad adquisitiva de los hogares, distribución de sus ingresos por rubros, impacto de subsidios y políticas públicas en general, efecto del reajuste salarial, dinámica productiva, modificación de patrones de consumo, transversalidad tributaria, mercado laboral, estratificación poblacional según sus factores de necesidades básicas insatisfechas, coberturas de servicios públicos, cambios en la composición de los núcleos básicos familiares… En fin, un sinnúmero de variables sin las cuales diagnosticar objetivamente la calidad de vida y la marcha socioeconómica de un país sería imposible.

Todo lo anterior pone de presente la importancia de que a partir del 5 de febrero próximo el Dane empiece a presentar la medición de la inflación con base en una nueva canasta familiar de bienes, productos y servicios ajustada a las realidades de consumo. No es un cambio caprichoso ni subjetivo, sino que está basado en las encuestas de amplio espectro del Dane sobre gastos de hogares, presupuestos, calidad de vida e incluso algunos avances del último censo poblacional, todo ello en sintonía con modelos metodológicos estandarizados a nivel internacional. Por lo mismo se pasará de nueve grupos de gasto a doce, con un total de 443 artículos (entre nuevos y otros desagregados), que son producto de una depuración en la que así como se incluyen inversiones ya hoy muy comunes en los hogares, como cascos para motociclistas, productos de tecnología, gastos relacionados con mascotas, comidas y bebidas fuera de casa, gimnasios, educación virtual, o los servicios de televisión  streaming, salen otros ya en desuso, como gastos en fotografía impresa, ya que prima el formato digital. También es clave la ampliación de la cobertura geográfica con el fin de que, por ejemplo, en el cálculo sobre inflación se tenga una medición más cercana a la realidad nacional. Para ello es determinante el mapeo de más municipios y ciudades capitales e intermedias.

Todos esos cambios deben redundar en que la medición del gasto de los hogares sea más certera, incluso reflejando de forma más precisa la realidad socioeconómica de las familias, según su nivel de ingresos, gastos, integrantes y tendencias de consumo. De esta forma su clasificación como “clases sociales” pobres, vulnerables, de clase media o alta será más objetiva.

Como siempre ocurre cada vez que hay un cambio en los modelos de medición de las variables económicas y sociales, no faltan las voces que advierten que los nuevos modelos metodológicos tienden a favorecer o sobredimensionar el impacto de las políticas públicas sobre la población o, en su defecto, a esconder o subdimensionar realidades negativas de la misma. Uno de los últimos debates al respecto se dio, por ejemplo, cuando se introdujo años atrás el sistema de cálculo de la pobreza multidimensional, con el fin de ir más allá del estándar básico típicamente de enfoque monetario. Este tipo de controversias siempre son bienvenidas pero es claro que hay que actualizar los mecanismos de medición, sea cual sea el campo o rubro, pues estamos en una sociedad cambiante y dinámica en muchos aspectos políticos, económicos, sociales, poblacionales, institucionales, urbanísticos, laborales, de composición de hogares, tendencias de consumo, patrones de comportamiento, interacción cultural…

Por lo pronto resulta positivo el reajuste a la cantidad y ponderación de productos, bienes y servicios que hacen parte de la canasta familiar. La inercia metodológica en un tema tan delicado es abiertamente nociva. No en vano una de las buenas prácticas de gobierno de los países de la OCDE -a la que Colombia ingresó meses atrás- es precisamente la adopción de sistemas de medición de variables y de información estadística realistas y actualizados.

Habrá que esperar el dato inflacionario en febrero y revisar si con esta nueva canasta familiar el costo de vida de los colombianos aumentará o disminuirá. Seguramente habrá debates, algunos objetivos y con argumentos, y otros quisquillosos y hasta politizados. Lo importante, en todo caso, es que la modernización de las mediciones constituye un avance aquí y en cualquier país.