* Tino de las instituciones económicas
* Ante todo, descartar la demagogia
La fuerte inflación que está comenzando a vivir el país tiene un componente real y otro sicológico. Hay que combatirlos ambos.
El primero está reflejado en las cifras que el DANE acaba de divulgar: el aumento del índice de precios para enero fue de 1,67%, mucho más alto de lo pronosticado. Incluso, el dato para este mes ya dio buena cuenta del 17% del salario mínimo recién incrementado. Y cuando se observa la inflación acumulada (enero/2021-enero 2022) esta llega al 6,9%, casi el doble de lo fijado por el Banco de la República.
El otro componente es sicológico: se está despertando en todo el país -y razones no faltan- una acentuada percepción de que los precios están desbordados en todos los niveles. Y esa sola creencia colectiva se transforma, a su turno, en una fuerza que por sí sola empuja las alzas.
Hay que actuar, en consecuencia, en ambos frentes.
Lo primero es proceder, entonces, sobre las causas profundas del problema. En efecto, la escalada de precios se produce porque la demanda está sobrepasando la cantidad de bienes y servicios que se ofrecen en el mercado. Hay más pesos comprando los mismos bienes. Esta es una de las razones principales: la demanda (que estuvo reprimida durante casi dos años de confinamientos) ha vuelto a salir a la calle, y está sobrepasando la oferta de bienes ofrecidos.
De allí que haya que respaldar, ante todo, los esfuerzos del Banco de la República para enfriar la economía. El aumento de la tasa de redescuento que decretó recientemente de 100 puntos hasta llevarla al 4% es el camino correcto para controlar el circulante. Seguramente vendrán otras alzas en las tasas de interés del Emisor. Esta es la manera como todos los bancos centrales del mundo están combatiendo el aumento inmoderado de precios.
En ese sentido, no es bueno que el propio Gobierno (como lo hizo recientemente el Presidente) desconceptúe estas medidas. Así, no solo se interfiere la independencia del Banco de la República, sino que se siembran dudas infundadas. La elevación de los intereses, por lo demás, no es otra cosa que el cumplimiento de los deberes constitucionales atribuidos al Emisor, entre los cuales está el de velar por el mantenimiento del poder adquisitivo de la moneda.
De otra parte, la inflación tiene evidentes causas asociadas al sector externo. La fuerte devaluación del peso, que ha encarecido las importaciones, termina trasladándose a los consumidores. Pero en vez de cerrar la economía, como algunos candidatos preconizan, hay que abrirla para que la oferta interna se vea complementada con las importaciones útiles. Frente a los productos e insumos agropecuarios traídos del exterior, bajar un poco los aranceles que los estén encareciendo es, sin embargo, una medida acertada, como lo anunció el equipo gubernamental en Hatogrande.
Por otro lado, infinidad de contratos en la economía están indexados al ajuste del salario mínimo. En esa vía, haberlo incrementado más allá de lo que era técnicamente recomendable está pasando factura. Buena parte de los platos rotos de la espiral inflacionaria se debe a esta razón. Haber introducido también el impuesto al consumo del 8% en los restaurantes y en las ventas de comida al detal fue desacertado. No en vano el renglón que más subió en enero fue precisamente este.
La inflación empobrece más a los pobres y, asimismo, enriquece más a quienes poseen, por ejemplo, un patrimonio representado en bienes raíces que tienden a valorizarse por encima de los ingresos laborales o pensionales. De allí que esté más que justificada la voz de alarma que empieza a oírse con altos decibeles en Colombia, puesto que la inflación fomenta la desigualdad.
Valga anotar que una actitud que debe evitarse a toda costa son las voces populistas de algunos candidatos que ahora proponen atolondradamente, para el caso, recurrir al anacronismo de los controles de precios. Esto nunca funciona, y crea la misma sensación de los racionamientos que los países decretaban en tiempos de guerra. A quienes lo están haciendo hay que recordarles que hace seis meses la Argentina sometió a control de precios a 1.500 productos básicos en el ilusorio empeño de sofocar la inflación que hoy alcanza, no obstante, cotas del 60%.
La lucha contra la carestía, para ser eficaz, no debe contradecir las reglas básicas de una sana economía. Para ello hay que enfrentar el fenómeno inflacionario de modo técnico y sistemático, en lo cual el Banco de la República es la pieza principal. Su intervención al respecto fue uno de los grandes aciertos de la Constitución de 1991. Y los resultados no serán cosa de un día.