Para llegar a tener un Estado en forma se requiere de un compromiso político de todos los partidos y movimientos políticos, como de la magistratura, la administración pública, el Congreso y la sociedad civil. Quizá, el personaje de nuestra historia que más se interesó en ese tema y se constituyó una obsesión de su quehacer como hombre de Estado, cuando supera los extremismos de partido, fue Rafael Núñez.
La miope visión de algunos historiadores, que alaban o critican su gestión, pretende encasillarlo en el molde del liberalismo o el conservatismo decimonónicos, sin percatarse de que su espíritu libre y creativo superior no cabía en ninguna de esas dos definiciones antagónicas, por lo que después de haber sido liberal recalcitrante y actuar en su juventud al lado de personajes radicales e imbuidos de la copia al calco de modelos europeos, que desestabilizaron la República, como los generales Obando y Mosquera, con los que simpatizó y colaboró estrechamente, por esa nefasta experiencia, crea un partido nacional con la colaboración de prestantes dirigentes conservadores y liberales, que estuviesen por regenerar las costumbres políticas y erigir un Estado moderno capaz de imponer el orden y avanzar al desarrollo, cuando como Presidente de la República había recibido por cuenta de los desvaríos que se desataron a la sombra de la vigencia de la Carta de 1863 que consagró la anarquía, un país en ruinas y al borde de la desintegración.
El descalabro actual de las instituciones se debe a que se fracturó la columna vertebral del sistema en 1991, lo mismo que los avances benéficos que estableció se han visto desvirtuados y en algunos casos eliminados, por las reformas del Congreso, la manía de la Corte Constitucional de legislar y la falta en la proliferación de los altos tribunales de un organismo de cierre de los casos judiciales y de lo que se conoce como doctrina probable, dado que una misma Corte suele juzgar en un sentido un caso y otro similar en el contrario, incluso en un mismo día, a conveniencia de intereses momentáneos.
No habrá paz en la Republica sin justicia, puesto que su existencia es condición insoslayable para consagrar el orden. Y como se trata de actuar con seres humanos de nuestro tiempo cuyas células frontales y conciencia no se modifican por decreto, es fundamental para comenzar el cambio y la regeneración del sistema purgar las instituciones de los malos elementos.