La cuestión social | El Nuevo Siglo
Lunes, 21 de Julio de 2014

*El desfile militar ritual

*Derrotar la violencia con desarrollo

 

Como en tantas otras ocasiones solemnes a lo largo de la historia, la conmemoración del 20 de julio y la Independencia nacional se llevó a cabo ayer con la tradicional parada militar. Es emocionante ver desfilar a los hombres que se juegan a diario la vida por la Patria, que soportan pruebas terribles bajo la presión del terrorismo en las zonas del conflicto. También conmueve el escuchar los aplausos a los uniformados, principalmente de jóvenes menores de 30 años, que se sienten solidarios con la institución. Un desfile que preside el primer mandatario Juan Manuel Santos, quien en la democracia es el jefe de mayor jerarquía de las Fuerzas Armadas. Un gobernante que cuenta con el apoyo incondicional de éstas para negociar la paz en La Habana. Sin unas tropas que respeten las instituciones, fieles a la democracia, con un sentido del deber y del sacrificio como el que profesan nuestros soldados, sería imposible la negociación. Resulta estimulante observar la disciplina de las Fuerzas Armadas, el fervor con el cual marchan sus hombres con la frente en alto, con la satisfacción del deber cumplido, con ese sentido misional de la existencia que les permite soportar la más severa disciplina y cumplir su misión. Triste y conmovedor también el desfile de los héroes heridos en combate. Las gentes les profesan admiración, agradecimiento y aplausos. Esa muestra de apoyo se hizo evidente en todo el país ayer, como ocurrió en Bogotá en un día en el cual la lluvia no consiguió espantar al público que espontáneamente demostró cuánto respeta y estima el papel de las tropas al servicio de la sociedad.

La mayoría de esos soldados pertenecen a la base popular, que es la que compone el grueso de las tropas que se juegan el pellejo por la sociedad. Lo que muestra la falacia de los subversivos que los atacan a mansalva  y justifican ese asalto aleve aduciendo que se trata de uniformados privilegiados. Es el pueblo el que desfilaba ayer y es el mismo pueblo el que los aplaudía con fervor. Eso nos recuerda que el problema de Colombia es, antes que todo, social. Al no resolver la crisis en este campo se agravó la violencia, Si observamos cuidadosamente el devenir del país, encontramos que en las zonas de la periferia en donde el flagelo de la violencia es un mal permanente, no existe una presencia importante del Estado. La noción misma del orden que debe brindar el Estadio, no existe. Como no se da el orden, es imposible que prosperen los negocios legales y que se respete desde la vida humana, el más preciado de los derechos, y menos aún la propiedad privada. Como prevalece el desorden y reina la ley del más fuerte, los violentos aplican la ‘ley del revolver’. El atraso invencible carcome las entrañas de la sociedad, lo que determina que la agricultura no se desarrolle, a menos que se trate de cultivos ilícitos. Y en el caso de que algún campesino aventurero ensaye algún cultivo, fracasa sobre todo cuando trata de sacar sus productos al mercado, pues no hay carreteras, red férrea o prime la inseguridad en los ríos. Es el drama terrible de las zonas de la periferia, que determina que in situ los grandes ‘empleadores’ sean los grupos violentos.

Lo anterior quiere decir que luego del conflicto armado, en lo que se considera como el posconflicto, tenemos de fondo y como reto el problema social, el conflicto social, la frustración social. Es allí en donde debe lo conservador y las fuerzas afines del orden, actuar desde lo político. En tanto no impulsemos el desarrollo de la periferia del país, la violencia seguirá golpeando de manera cruel a los habitantes de esas zonas. Debemos propiciar un gran plan de desarrollo para esas regiones alejadas de los centros urbanos, una estrategia que de una vez por todas consiga incorporar esas inmensas y ricas tierras al desarrollo nacional. El día que sus pobladores consigan de manera lícita elevar sus ingresos y nivel cultural y calidad de vida, se convertirán en los más grandes defensores del orden. En las zonas del mundo donde prevalece el Estado organizado y los habitantes reciben una paga justa, según sus capacidades, la violencia está proscrita y la convivencia es una realidad que nadie osa desafiar.

Lo conservador y las fuerzas de orden tienen en el Congreso el compromiso de defender la política social y de desarrollo en la periferia del país, una política que no solamente consiga apaciguar a los violentos, sino que propicie el más grande y positivo cambio revolucionario.