*Decisiones sobre la Fiscalía
*Los “fecodes” y otras perlas…
La plenaria de mañana citada por la Corte Suprema de Justicia, para elegir Fiscal general de la Nación, podrá, si se quiere, aplazarse. También los magistrados podrán decantarse por una de las postuladas de la terna presentada por el presidente, Gustavo Petro; mantener la mayoría del sufragio en blanco registrada en la votación anterior; o, si es del caso, ninguna de las ternadas conseguir el umbral corporativo exigido. De suyo, los integrantes están en el pleno derecho hasta de volver a entrevistar a las candidatas, cuantas veces lo consideren necesario.
Esto para indicar que, a efectos de la designación de Fiscal, no existen términos taxativos, a diferencia de otros procedimientos jurisdiccionales, según lo hemos venido señalando de tiempo atrás. De modo que la máxima corporación podrá tomar la decisión que a bien tenga y cuando lo crea pertinente. Eso es indiscutible.
Incluso, por ejemplo, es común que la Corte se tome un buen lapso en seleccionar, por cooptación, a quienes nombran de reemplazos de los magistrados salientes. Y también en el caso del nombramiento de Fiscal −funcionario dependiente de la rama judicial (no de la Ejecutiva, a semejanza de lo que cree el jefe de Estado− jamás ha sido una falla tomarse el tiempo aconsejable para proceder, con sindéresis y como ha ocurrido tantas veces.
De hecho, en ocasiones las circunstancias han recomendado la modificación de la terna, sin que se produzcan los aspavientos que hoy se pretenden. Todavía más, el primer mandatario ya lo hizo así con la mujer que, repentina y retroactivamente, descubrió que le era incómoda frente a su idea particular de lo que es la Fiscalía, pese a la notable trayectoria de jurista y defensora de los derechos humanos, al igual que las demás ternadas. Pero tampoco hay que olvidar, por descontado, que a la Corte también le asiste una clara, orgánica e irrefutable noción de lo que representa y es la Fiscalía. Al fin y al cabo, es la voz autorizada en la materia. Y, en especial, no la que postula, sino la que elige a discreción.
En efecto, quienes quieren hacer de este nombramiento un pleito, trasladarlo al tablero político y volverlo un evento tumultuario, se equivocan de cabo a rabo, puesto que la Corte, en su arbitrio y sabiduría, está señalada, precisamente, para preservar las instituciones y actuar en consonancia. Flaco favor, pues, hacen al histórico recorrido democrático del país los que creen que, con marchas, plantones y dislates o los que perviven desgastados en la altisonancia de su espíritu conflictivo, pueden torcer el pescuezo de jurisconsultos eminentes, cúpula de la magistratura colombiana. Porque, así no lo crean, inclusive sin necesidad de aducir la ley, majestad tienen las cosas. Tanto del Estado como de la naturaleza humana.
Ni más faltaba, por supuesto, hacer caso a los que, como Fecode y la encrucijada de sus aportes, consideran que a partir la vocinglería van a impedir las investigaciones y eventuales acusaciones de la Fiscalía sobre la violación de los topes de la campaña presidencial porque la Corte designe ya o más tarde a la Fiscal. De una parte, desconocen que son los fiscales delegados los que, en su autonomía, adelantan la acción penal sin ninguna interferencia y que el proceso de elección en mención no suspende, en absoluto, las operaciones judiciales. Y de otra parte piensan muy mal, o eso creemos, si opinan que la Corte se va a ir de bruces con el único fin de satisfacer sus demandas ni que las ternadas se alinderen con semejantes presiones ni comprometan sus acciones futuras, de resultar alguna elegida, so pena de una flagrante violación de su mandato constitucional. Por el contrario, con esta conducta insólita, los que así actúan, caen más bien en una especie de “declaración no pedida, confesión manifiesta”.
Y lo mismo acontece con las demás investigaciones que vienen en curso, incluidas las de la familia presidencial y principales agentes de campaña, que parecerían ad portas de dictámenes, según lo dejó entrever el mismo primer mandatario con sus trinos y órdenes levantiscas recientes en que, además, y en eso que llaman una típica transferencia sicológica, también habló de una “ruptura institucional” cuando su actitud y la realidad fehaciente son las contrarias.
La paz, la verdadera paz, consiste en respetar a las instituciones. De ahí para abajo se puede hacer cualquier cosa: regocijarse con la postulación al premio Nobel o inflamar la autoestima con encuestas pagadas por la Casa de Nariño. Pero lo que nunca podrá decirse es que puede haber paz cuando se hace lo propio para que esta no exista.