El odio de clases
Prolegómenos de guerra civil
EL asalto que sufrió el pasado 6 de enero en una carretera de Venezuela la reina de belleza del 2001 y famosa actriz de televisión, Mónica Spear, ha sido el detonante que ha producido un choque eléctrico semejante a una tempestad en el horizonte político de ese país. La población se estremeció al conocer que una de sus ídolos había sido abaleada, junto con su pareja y su hijita de seis años, en una oscura carretera. Las víctimas, que habían regresado a su país a pasar las festividades de fin de año, jamás imaginaron que ese sería el último día de su paseo, ni que la alegría que los había animado al recorrer esa nación terminaría trágicamente por culpa de los asaltantes que los intimidaron para que entregasen sus objetos de valor. Aterrorizados y frente a la posibilidad de que, además de robarlos, la pandilla violase a la joven y bella artista, resolvieron quedarse en el vehículo, pero nadie acudió a ayudarlos, fueron atacados y recibieron una lluvia de balas que causó la muerte de la pareja, dejando mal herida a la niña.
Semejante noticia, que parece el repetido guion de una película de terror que han sufrido muchas otras personas que circulan por las carreteras del vecino país, crispó los nervios de todos aquellos que cuando salen a las calles o viajan, temen ser víctimas de los facinerosos que desde las sombras en ciudades y pueblos suelen aparecer de improviso para despojar a las gentes de sus pertenencias y, si se resisten, dispararles sin piedad. La noticia podría ser una de tantas acciones delincuenciales que se dan en otras regiones, donde el hampa asalta a los más débiles. Pero ese no es ese el caso. Cada día, cada hora, y minuto a minuto se repiten los asaltos sangrientos en Venezuela. La noción misma de la seguridad ciudadana se ha desdibujado, puesto que desde el momento en el cual el oficialismo agita la lucha de clases y se le entrega a las milicias de las barriadas y las montoneras de las aldeas armas de fuego, se multiplicaron los crímenes y atentados de toda laya. Las turbas sedientas de sangre se convierten en una amenaza constante contra quienes no están de acuerdo con el régimen, contra los opositores, contra el enemigo común, que en este caso serían las personas que no pertenecen a los guetos urbanos, ni las barriadas donde campea la ley del más fuerte a cargo de bandas a las que se les ha inculcado el odio visceral contra ‘los de arriba’, que pueden ser simples trabajadores, elementos de clase media o de altos ingresos. El que no pertenece a la barriada, el que se baña todos los días y muda de ropa, que no tiene ese mal olor a almizcle en el que viven, es un potencial enemigo del régimen al que se puede agredir, posiblemente, en la impunidad.
No en vano ha pasado más de una década en la que sistemática e irresponsablemente se ha envenenado la conciencia colectiva, dado que el gobierno ha declarado que el enemigo debe ser perseguido, solamente por pertenecer a otro grupo social o destacarse por su belleza, como en el caso de Mónica, por eso los asaltantes ni siquiera lo pensaron dos veces, dispararon con furia en varias oportunidades contra sus víctimas que por su vestimenta y el vehículo en el que se transportaban debían ser de la ‘clase explotadora’, que se debe golpear con cobarde sevicia para hacer ‘justicia social’. Muy seguramente ese no era el proyecto populista cuando se acusaba a ‘los de arriba’ de imaginarios crímenes y de enemistad con ‘los de abajo’ con la finalidad de derrotarlos electoralmente y perpetuarse en el poder. La demagogia irresponsable conduce a esas deformaciones de la realidad y malinterpretaciones sociales.
Es la misma tragedia que se ha vivido en otros países donde un sector de la sociedad por motivos religiosos o políticos desata la hostilidad contra una parte de la población, incluso a la inversa cuando jóvenes de las clases altas resolvían como una diversión eliminar a los más pobres y desechables de las urbes. Para que cese esa violencia criminal y homicida en Venezuela, esa ola irracional que desborda los esfuerzos de las autoridades por contener el caos, es preciso desarmar los espíritus primero, desmontar el discurso demagógico y violento, y volver a restablecer el respeto por la libertad y la dignidad del hombre. Meta que no es posible lograr sin acudir al credo cristiano que nos declara a todos hermanos sin importar la condición social, el color de la piel, ni el dinero que se tenga. Se requiere, a su vez, de una suerte de pacto social entre el régimen y las demás fuerzas políticas para inculcar de nuevo entre la población los valores de la civilización occidental, sin los cuales la democracia perece y se estaría avanzando a los prolegómenos de la guerra civil.