*Cabildos y modernidad castellana
*Genealogía de la violencia
Por estos tiempos, de definición política y de desafíos verbales, es preciso como lo hemos manifestado varias veces reflexionar y no dejarse cegar por las pasiones. Lo que amerita recordar la índole o civis del ser nacional. La civis romana se refería a los ciudadanos nacidos o por sangre nativos del Imperio Romano, así hubiesen llegado al mundo en zonas apartadas de los territorios conquistados. Se trataba de hombres libres, de elementos que estaban por engrandecer su ciudad y el Imperio, según sus posibilidades. Ellos tenían deberes y derechos, que asumían con entera responsabilidad, ya en la política, el sacerdocio o la guerra; actividades que desempeñó Julio César o en diversas tareas como el foro y la docencia o en la simple condición de ciudadanos respetables. En tanto las legiones extendían el Imperio por medio de la guerra o la negociación, el resto de ciudadanos se dedicaba a actividades civiles que garantizaban la prosperidad y el bienestar de los ciudadanos. Así se fue desarrollando la cultura política de los romanos y se fortaleció el derecho, junto con la defensa de la propiedad y la seguridad jurídica, facilitando el extraordinario progreso de los latinos que dominaron a sus vecinos y otros pueblos. Sin ese soporte creativo de la civis romana el Imperio no habría alcanzado la grandeza.
En cierta forma el Imperio Español es herencia del romano, forjado por un pueblo al que César había conquistado, que asimila la cultura romana y desarrolla la propia tras ocho siglos de predominio árabe en su territorio. Los cabildos que se forman en Hispanoamérica eran los más avanzados de su tiempo y permiten que sus miembros estudien la polis y la política a seguir en materia administrativa. Es el gobierno de los señores locales sobre la urbe. Y allí aprendieron los forjadores de la República las nociones del gobierno y la defensa de lo suyo, un tanto a la manera hispánica de la civis romana. Sorprende que por trescientos años esos cabildos y los criollos que los regentaban dieran muestras de habilidad política y capacidad de actuar a favor de la expansión del Imperio en nuestra región, la que se hizo inicialmente con nativos de España y, después, el grueso de la faena de domesticar el medio fue por cuenta de los criollos, tarea que aún no termina.
En esos siglos transcurridos se forma la personalidad de nuestro pueblo, que con las diversas mezclas que favorece el trópico y en un tiempo Felipe II, se amolda en el crisol de la hispanidad y la lengua castellana. Y lo cierto es que esos colonizadores criollos como sus antecesores a donde llegaban consagraban el orden y facilitaban la acción evangélica de la Iglesia. Sin ese inmenso esfuerzo misional y heroica tarea que cumplieron de manera combinada colonizadores y religiosos, junto con el posterior aporte de las ideas bolivarianas y conservadoras de orden, no se habría podido extender la civilización occidental en estas tierras exóticas, ni habría surgido la civis colombiana.
Esa personalidad civil es esencialmente pacífica y pacifista, propensa al orden y el respeto por el otro. En aquellas aldeas lejanas a las que no llega la violencia ni son aptas para los cultivos ilícitos, en las que aún se conserva la estructura social hispánica, sus moradores son de los más pacíficos del orbe. El que lo dude, que tome los caminos de las faldas de cordillera por Boyacá y verá a sus gentes buenas y pacificas que aún trabajan arañando la tierra de sol a sol, con el afán cristiano de cumplir con los diez mandamientos y vivir en paz con su familia. Ese mismo escenario se observa en distintas regiones de Colombia y entre las gentes que viven en las ciudades y que son bondadosas y pacíficas por naturaleza.
En realidad los violentos en el país no llegan al uno por ciento de la población, en tanto millones de ciudadanos son pacíficos y tolerantes. Lo que ha faltado entre nosotros es la disciplina social que tenían los romanos, la unidad monolítica en la decisión inconmovible de restaurar a plenitud el orden en todos los ámbitos de la vida colectiva. Esa es la oportunidad que aflora al alcanzar la paz, restablecer la convivencia en todos los estamentos de la sociedad, comenzando por el desarme de los espíritus y de los violentos. Ese es el reto de nuestro tiempo, que debe ir acompañado de un gran esfuerzo nacional por desarrollar la periferia del país, dado que de instaurarse la paz puede ser la mayor fuente de crecimiento económico y de desarrollo civilizado colectivo.