Los peregrinos esperaban en Roma y en el resto del planeta por donde se extiende el influjo del cristianismo, el menaje del papa Francisco. El verbo papal se ha convertido en poco tiempo en el alimento espiritual más apetecido de las masas y las elites, que en medio de la banalidad y materialismo imperantes, sienten afecto y respeto por el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Al aparecer en el balcón de la logia central de la Basílica de San Pedro, su grata figura produjo el efecto de un choque eléctrico entre los feligreses, que sintieron que estaban en franca comunidad con él, de súbito su voz se aclaró y parecía que pretendía que lo oyesen en todos los ámbitos, en la urbe y el mundo, principalmente en Irak y Siria. Con sencillez y dolor contagioso, expresó que "verdaderamente hay muchas lágrimas en esta Navidad". Puesto que los cristianos son perseguidos con ferocidad implacable por su fe.
Con cálida emoción recordó que ya: “Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, ha nacido. Ha nacido en Belén de una virgen, cumpliendo las antiguas profecías". Explicó que: “Para él, el Salvador del mundo, le pido que guarde a nuestros hermanos y hermanas de Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo los efectos del conflicto que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal". El papa Francisco se dirigió de preferencia a los humildes, a los que les deseó: “que la Navidad les traiga esperanza, así como a tantos desplazados, niños, adultos y ancianos, de aquella región y de todo el mundo”. En un momento dado invocó la conciencia de los que mandan para que sus mentes se abran y conseguir: “Que la indiferencia se transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que reciban la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir a los rigores del invierno y puedan regresar a sus países y vivir con dignidad”.
De manera implícita Francisco condenó a los dirigentes indolentes y opacos, que llegan al poder, para actuar como algunas reinas de belleza que sonríen con aire bobalicón a toda hora, lo que justifican por cuanto promueven alguna crema dental, no así los gobernantes de países donde la hambruna y la miseria agobian a la población.