LA guerra que el presidente Juan Manuel Santos les ha declarado a las ‘ollas’ del microtráfico ha puesto de presente la realidad de los gravísimos peligros que resultan de la tolerancia y la pobre presencia del Estado en numerosos guetos en las grades, medianas y conflictivas barriadas de nuestras urbes. Existen zonas densamente pobladas en barrios de invasión, subproducto de la violencia rural, el desplazamiento o de toma de tierras, que se promovieron por urbanizadores piratas apoyados por bandas armadas, asentamientos ilegales por décadas, en ocasiones con el apoyo de padrinos políticos dedicados al populismo y la explotación de los más débiles, para derivar en esos gigantescos amontonamientos colectivos y feudos podridos, en los cuales, también, se refugian gentes buenas en la desesperanza de no encontrar otro lugar para vivir, junto con maleantes de la peor calaña. La vida de esas gentes humildes y decentes que fueron despojadas de sus tierras o se quedaron sin trabajo, que buscan asilo y oportunidades en los guetos urbanos es una pesadilla, suelen ser amenazadas, maltratadas, vejadas por los combos locales y obligadas a pagar extorsiones y peajes.
Estos seres en las urbes cuando apenas se están formando y escasamente avanzan al uso de razón, hijos de la violencia en los campos y de la descomposición social, cuando se quedan desprotegidos en las barriadas mientras los padres van al trabajo, son obligados a servir a los agentes de la violencia que bajo amenazas pretenden empujarlos al abismo del vicio y la delincuencia; las niñas sufren toda clase de vejaciones y por la fuerza deben convivir con los criminales que después de usarlas las prostituyen. Por esa vía contraen las peores infecciones y se presenta un cuadro repetitivo en nuestras metrópolis plagado de enfermedades contagiosas, las que rara vez pueden combatir por falta de recursos y que se expanden en los guetos por la promiscuidad, algo realmente pavoroso, que en ciudades como Cartagena en las zonas más deprimidas se combina con la desnutrición y el abandono. Los jovencitos, también, son obligados por curtidos proxenetas a yacer con ellos, para después vender sus cuerpos a los turistas, por lo que en esas zonas infectas y desesperanzadas se vive peor que en Biafra o Haití. Fenómeno que contrasta con la otra Cartagena, próspera, paradisíaca, refinada, acogedora, con costosos hoteles, restaurantes, brillante, alegre y turística.
El Gobierno se percata de semejante situación tan explosiva, similar a la de las favelas de Brasil, que ha llegado a poner en jaque a la autoridad en las grandes ciudades, por los vínculos estrechos con todas las modalidades de delitos, la violencia y el tráfico de sustancias adictivas y alucinógenas. El general José Roberto León, en declaraciones exclusivas para El Nuevo Siglo, explica la magnitud del reto en las zonas deprimidas, que semejan gigantescas colmenas en donde las abejas reinas para las que trabajan los zánganos, engordan con el sufrimiento y sometimiento ajeno. El microtráfico, menospreciado por algunos y por otros un asunto para hacer de la vista gorda, en conjunto mueve millones, es allí en el vicio y el contacto con el hampa que se forman los peores delincuentes y sicarios menores de edad. No se trata de algo pasajero, de crisis de identidad, ni del escapismo adolescente, ni la frustración y el vicio como una fórmula rápida de evadirse de la cruel realidad, ni de las neuronas que se deterioran y queman, es, también, la quiebra de la voluntad y el pasaporte al vicio y la multiplicación de los delitos en escala cada vez mayor, que llevan a un aumento contagioso de la violencia urbana en un país en el cual la población se reproduce de forma desenfrenada. Lo que tiene un costo social incalculable. Es el peligro de la ley del revólver y los puñales. Sin contar que no pocos de estos elementos descarriados después son atraídos por la posibilidad de aventuras y hacer fortuna en las zonas de la periferia como raspachines, en las cuales despliegan sus habilidades delictivas y dan rienda suelta a la crueldad e instintos homicidas.
El General y Director de la Policía recuerda los grandes avances que ha obtenido en la lucha contra las mafias, el secuestro, la extorsión y los males que hasta hace poco degradaban la vida colectiva en las principales ciudades, para reducirlas, desactivar las principales bandas del crimen organizado y mantener en estado de alerta la institución, para abortar la creación de otras. Un esfuerzo descomunal de nunca acabar que requiere el apoyo de la ciudadanía para que prospere en conjunto y derrotar el crimen. Para el General, el máximo responsable de velar por el orden urbano, es claro que: “hoy aparece como una nueva realidad criminal el microtrafico y se convierte también en una nueva fuente de financiación de los grupos armados al margen de la ley”. Y la prioridad del General, en la que pone todo su empeño y la formidable maquinaria de inteligencia y fuerzas especializadas de la Policía Nacional, es someter a los delincuentes en las ‘ollas’ de las guaridas en las que se refugian, limpiar las ciudades y volver a oxigenar esos antros del vicio para bien de la sociedad.