- Cuando el resentimiento pierde…
- Y la democracia abre la esperanza
Con el histórico y apabullante triunfo del primer ministro Boris Johnson en las elecciones del 12 de diciembre (12D) en el Reino Unido, el partido conservador inglés (Tory) ha ratificado con creces su vocería plural, es decir, la vocería de todos los componentes sociales sin distinción.
Porque hoy no se trata exclusivamente de salirse lo más pronto de la Unión Europea tras el gigantesco espaldarazo al Brexit, como ya es común decir que se produjo en esta especie de segundo referendo en la justa parlamentaria del jueves, sino además de llevar a cabo una agenda política que cobije a las nuevas mayorías carentes de representación en la retórica de la democracia inmovilista, en buena parte enquistada en Londres.
De otra parte, fueron varios lustros en los que el laborismo adujo la división entre pudientes y desfavorecidos como formulación ineluctable de la política. En ese orden de ideas, no solo los líderes de ese partido quisieron fomentar el resentimiento y la polarización, atrincherándose contra lo que llamaron las élites, el establecimiento o incluso “la casta”. También pretendieron ponerse ostentosamente adelante con base en una carta de navegación de aparente tinte vanguardista. O sea, la adopción del ambientalismo extremo, el ataque velado a las tradiciones británicas, el discurso contra el éxito y el progreso económicos, la actitud compulsiva y tan solo dedicada a los derechos sexuales de las minorías, la prevención ofuscada contra cualquier forma de la cultura y la historia milenarias. En suma, todo un arsenal de propuestas que parecían encaminadas a interpretar la modernidad inglesa.
Sin embargo, cuando los políticos laboristas se dieron cuenta de que la población estaba inscrita en una trayectoria de más largo alcance, que básicamente diera respuesta a sus vicisitudes directas, se matricularon en un intempestivo manifiesto de radicalización socialista, con el objeto de ganar el terreno perdido frente a la conducta reivindicativa de los conservadores que incluso venía de antes del Brexit. Ese manifiesto insólito, que en vez de una evolución paulatina de la política predicaba prácticamente una revolución automática, llevó a la catástrofe inexorable de esa colectividad, inclusive perdiendo sus enclaves legendarios.
De allí que los conservadores hubieran superado sobradamente el umbral de la mayoría absoluta, incluso contra todos los pronósticos frente a la dimensión del resultado. De suyo, hoy gozan de una dilatada bancada de 365 parlamentarios en la Cámara de los Comunes que les permite, al menos durante un largo tiempo, convenir las políticas que a bien consideren en la nueva agenda de la Gran Bretaña y su proyección sobre Europa y el mundo. Dentro de esa perspectiva, la victoria Tory es asimismo demostrativa de que los británicos, en su conjunto, han dado un llamado a somatén para la unión de la nación entera a partir de haberse votado tan masivamente por la carta de Boris Johnson. Es un fenómeno que no se presentaba desde 1987, con el acceso de Margaret Thatcher al poder; ni la tragedia laborista era tan evidente como desde 1935, cuando el triunfo de Stanley Baldwin.
Bajo estos parámetros sería, no obstante, bastante corto de visión decir que la rotunda victoria conservadora se debe, no a la clara sintonía popular de sus propuestas, sino a las equivocaciones laboristas. Quienes así lo hacen, incluso desde la línea editorial de ciertos medios británicos, demuestran que no tienen a mano si no ese expediente acomodaticio para nublar el fenómeno político que es Johnson. Efectivamente, desde que el líder conservador fue el adalid del Brexit dejó de ser la figura carismática de cuando fue alcalde de Londres y de repente pasó a la galería de los payasos, lunáticos y díscolos. Hoy sus contradictores y excolegas periodísticos parecieran mantenerse impávidos y agazapados en la actitud autocomplaciente con los tiempos pretéritos, que les proporcionaba una zona de confort ideológica en el prolongado escenario internacional de la posguerra sin ajuste ¿Cómo podía venir un conservador como Johnson a dañarlo todo con su bendito Brexit?
Pero desentrañar la naturaleza del partido conservador inglés no es dable en una plataforma conceptual tan reducida. Como lo hemos dicho, los grandes hitos de la historia británica relativamente reciente, de hecho, remontándonos al viejo Disraeli se han debido a figuras conservadoras en principio incomprendidas. En efecto, por más tiempos turbulentos de Disraeli a Churchill, de este a Thatcher y ahora a Johnson, hay una línea cuyo denominador común es el liderazgo político (probablemente hasta temerario), derivado de las convicciones, la dialéctica, la cercanía popular y sobre todo la acción. Es lo que acaba de suceder con Johnson. ¡Nadie, a menos que siga en la truculencia ideológica anacrónica, se aventuraría a desconocerlo!