Insolvencia griega | El Nuevo Siglo
Sábado, 6 de Junio de 2015

La diplomacia del dinero

 

Atenas en manos de acreedores

 

LA  crisis de Grecia, en la medida que transcurre el tire y afloje entre el gobierno del primer ministro Alexis Tsipras y las autoridades bancarias de la eurozona, se torna cada vez más sombría. La insistencia de Atenas en no ceder a las presiones de la canciller de Alemania, Ángela Merkel, y el presidente francés, François Hollande, que exigen que se amorticen las cuantiosas deudas que ha venido acumulando el Estado heleno, le quitan capacidad de juego al dirigente político social-populista.

No aceptan las urgidas autoridades griegas que se rebajen de nuevo las pensiones como tampoco subir más el impuesto a las ventas. Aduce el Gobierno que esas medidas  van contra las promesas de campaña. Lo más grave es que mientras ambas partes discuten y se producen encuentros de alto nivel en Berlín y París, la fuga de capitales en Grecia se tornó imparable. Lo que significa que la confianza, uno de los ingredientes más importantes para recuperar la destartalada economía del país, está por el suelo.

Las cifras de la economía son elocuentes en cuanto a la magnitud de la crisis: los datos oficiales de marzo muestran que la tasa de desempleo se mantuvo estable respecto a febrero, en un 25,6 por ciento. El número de personas con trabajo se redujo en 16 mil, en tanto que se incrementó el de quienes se declaran inactivos, llegando así a más de 3,3 millones de personas que no tienen plaza laboral.

En la medida en que no consigue el gobierno de Tsipras dinero para pagar los intereses de sus deudas al FMI y otras instituciones internacionales, sin tampoco concretar una suerte de moratoria, la situación social interna se torna explosiva.

Ante esa sinsalida, a partir del mes pasado el Ejecutivo comenzó a ceder, cambiando un tanto de táctica, dado que, es de suponer, su actitud radical inicial obedecía a la pretensión de ganar terreno en esas etapas y sólo flexibilizar al final de las tratativas con la eurozona, con el objetivo de obtener mayores plazos y eventual ayuda financiera adicional. Es así como su ministro de Hacienda, Yanis Varufakis, declaraba primero que Grecia estaba dispuesta a acometer todas las reformas exigidas, pero no a una cura de austeridad que fuera peor el remedio que la enfermedad. El FMI le respondió que era flexible en cuanto a las medidas que toman los países para estabilizar su economía, pero insistió en que la oferta de pago griega era incipiente. A su turno Merkel pidió a Tsipras más esfuerzos para lograr una solución más sólida sobre la deuda griega. Varufakis, entonces, respondió que aceptaba una reforma del impuesto a las ventas, desde septiembre próximo. A partir de ese mes habrá dos tipos únicos para el IVA, que serán del 18 y el 9,5 por ciento, si bien se verán reducidos al 15 y al 6,5 por ciento si los pagos se efectúan con tarjeta de crédito o débito. Sin embargo, ya el sector turístico griego ha condenado la iniciativa puesto que daría al traste con ese rubro económico, hoy por hoy la principal fuente de ingresos del atribulado país. Por último, el Banco Central Europeo respondió a las demandas griegas, al ampliar la previsión urgente de liquidez para sus bancos en 200 millones, hasta 80.200 millones de euros.

Ahora, en el arranque de junio, el Primer Ministro vuelve a la carga y advierte que la “asfixia financiera” que sufre su gobierno no lo hará ceder ante las exageradas demandas de sus acreedores. Otra vez, con cierto dramatismo, se dirige a los gobernantes de Alemania y Francia para exigir más comprensión, a sabiendas de que el panorama de la eurozona ha cambiado un tanto y la crisis griega ya no va a arrastrar, cual dominó, a otros países del área.

Finalmente, Tsipras, apenas a unas horas de que se venza el plazo fijado por la banca europea y el FMI, como el tahúr en un juego de póker, saca un as con la propuesta de unas reformas económicas que si bien no satisfacen a la contraparte, sí dejan en manos del resto de acreedores su suerte, así como la de Grecia. Un resultado que, precisamente, era el que no quería Atenas, puesto que ahora su futuro depende de los banqueros, de la diplomacia del dinero y no de la diplomacia política.