* Derrotar a la dictadura en las urnas
* Un retorno pacífico a la democracia
Un ciudadano venezolano entrevistado días atrás en las calles de la atribulada ciudad de Caracas describió así lo que significan las elecciones presidenciales de este domingo 28 de julio: “es nuestro segundo día de la independencia, ya no para liberarnos del yugo del conquistador, sino de la dictadura”. Difícilmente se puede resumir mejor la importancia de esta cita a las urnas en una nación que desde 1999 cayó en las manos del discurso populista de Hugo Chávez y que, a la muerte de este en 2013, terminó bajo la férula autoritaria de Nicolás Maduro.
Hoy, un cuarto de siglo después, con un país en quiebra económica, crisis política generalizada, violación sistemática de los derechos humanos, más de siete millones de nacionales forzados a huir al extranjero y una riqueza expoliada por un régimen que acude a la violencia y la anulación de la autonomía de los poderes públicos con tal de seguir enquistado en el poder, millones de venezolanos tienen la oportunidad más cercana y real de forzar, desde la legitimidad pacífica de las urnas y el anhelo irrefrenable de libertad, el regreso a la democracia.
Sin embargo, no ha sido nada fácil llegar hasta este fin de semana. Ya en varias elecciones el chavismo se ha asegurado, la mayoría de veces con fraude y represión violenta, su permanencia. En el entretanto, una gran cantidad de personas han resultado víctimas de la satrapía en múltiples formas. Muchos han ido al exilio, otros tantos a la cárcel y, lamentablemente, en una acción sistemática, no pocos terminaron desaparecidos o asesinados en las marchas contra la dictadura.
La oposición política, años atrás señalada de favorecer con su división y pugnas internas la perpetuación del chavismo autoritario y la destrucción permanente de la otrora robusta potencia petrolera, ahora se encuentra unificada y consolidada a tal punto que, incluso, ha sabido superar la mayor trampa de la dictadura a sus opciones de ganar este 28 de julio: el veto a la valiente e incansable líder María Corina Machado. Prueba de ello es que, pese a su arbitraria, cobarde e ilegal exclusión de la contienda proselitista, tanto la dirigente política como la Mesa de la Unidad Democrática, supieron convertir, en menos de tres meses y en un ejercicio proselitista sin antecedentes, a un desconocido pero estructurado diplomático como Edmundo González en el candidato que lidera las encuestas más creíbles ante un desgastado y desesperado Maduro. Serio y reflexivo, ajeno al populismo y el promeserismo, González simboliza hoy la esperanza de poner fin a la tragedia de 25 años de la “nación patriota”.
Sin embargo, el que las mayorías de los venezolanos estén por el regreso a la democracia, el estado de derecho, la estabilidad institucional y el retorno a la senda de progreso socioeconómico, no significa que les será fácil dar ese paso. Por el contrario, la satrapía chavista ha advertido de un “baño de sangre” si es derrotada. También ha maniobrado desde hace varios meses y hasta el último minuto bloqueando a la oposición con medidas tan bajas (además del veto a Machado) como las de impedir la participación en las urnas de millones de ciudadanos en el exilio, la captura sistemática de algunos líderes antichavistas, el restringir el acceso de testigos a los puestos de votación, sabotear los actos de cierre de campaña en varios estados, negar el arribo de dirigentes extranjeros que querían participar de la veeduría de los comicios, instigar a los ‘comandos’ de base “bolivarianos” para asustar a la ciudadanía e impedirle sufragar… Todo ello, acompañado de estrategias de desinformación al más alto nivel, repartijas de dineros para ‘aceitar’ la estructura nacional y regional del “Partido Socialista Unido de Venezuela”, censura a la prensa y otras actividades antidemocráticas más.
Así las cosas, los venezolanos arriban a los comicios presidenciales con mucha esperanza, pero también sabedores de que existe un alto riesgo de un fraude electoral o, incluso, de que el régimen desconozca los resultados si no le son favorables, acudiendo para ello a excusas, tan delirantes como recurrentes, sobre presuntos complots locales o extranjeros. Ello podría generar un levantamiento popular de consecuencias imprevisibles. Ese es uno de los principales temores cuando empiecen a conocerse los primeros escrutinios.
Si bien la comunidad internacional está vigilante y advirtió que no tolerará trampa alguna de la dictadura, para nadie es un secreto que Maduro no le teme mucho a las sanciones externas y menos aún con la actitud vacilante del gobierno Biden, al cual le ha ganado varios pulsos políticos y económicos en el último año, al punto que pese a haber vetado electoralmente a Machado y extremar la persecución a la oposición, logró la excarcelación de su presunto testaferro Alex Saab y el descongelamiento parcial de las exportaciones petroleras.
Visto todo ello, hacemos votos porque hoy, como lo dijo el ciudadano referenciado al comienzo de este editorial, los venezolanos puedan conquistar su segunda independencia, esta vez ante una dictadura que en solo un cuarto de siglo volvió a una de las naciones más ricas del continente y de mayor prospectiva socioeconómica en un “Estado fallido”, sumiendo en el no futuro a sus más de 30 millones de ciudadanos, casi una cuarta parte de ellos hoy en el exilio.