· El aniversario de los trabajadores
· Estado fuerte en una sociedad fuerte
CON el paso dado por el Presidente de la República de aceptar el diálogo con los maestros, sin las condicionalidades que amenazaban con acrecentar las distancias e impedir los acercamientos, el balón, como ahora se dice, ha quedado en manos del Ministro de Hacienda. Tendrá aquel que esculcar en el presupuesto nacional los rubros que permitan el ascenso salarial a condiciones dignas, por supuesto dentro de la razonabilidad propia de un presupuesto exiguo y signado por la estrechez fiscal.
De cómo se maneje el paro en adelante, por ambas partes, podrá sacarse un saldo pedagógico para situaciones futuras. La Ministra de Educación ha entregado una propuesta que merece consideración. Lo ideal, por descontado, estaría en que Colombia pudiera llegar a un escenario en el que el maestro es tenido en cuenta como uno de los baluartes sociales, no en la retórica sino en la práctica. Mucho más los maestros oficiales, entendido que el sector privado tiene recursos para resolver sus contingencias. El debate mundial consiste, precisamente, en cómo salvar el bache existente entre la educación privada y la pública. Y es ahí donde debe concentrarse buena parte de la discusión, tanto en cuanto no es la igualdad de las personas, sino la igualdad de oportunidades la que debe preponderar dentro de un Estado Social de Derecho. De suyo, siempre habrá unas personas más inteligentes que otras, que por lo demás no puede ser el único rasero de la vida, de modo que interesa, más que esa competencia, el hecho de que cada cual, dentro de sus capacidades y esfuerzos, pueda desenvolverse satisfactoriamente y llevar a cabo sus aspiraciones personales. Y para ello el único instrumento efectivo y eficaz, de corto, mediano y largo plazos, es la educación.
Hubo una época en Bogotá, por ejemplo, en que buena parte de la nómina de maestros era temporal, es decir, que se les contrataba por anualidades y en el intervalo, para la nueva contratación, incidían todo tipo de palancas políticas, fomentando el clientelismo. Por fortuna eso logró resolverse, aun contra el querer de los feudos políticos, y la nómina distrital tiene hoy mayor estabilidad y la educación pública, en los últimos 20 años, ha mejorado frente a los índices previos. Es cierto, claro está, que en el país se espera mucho más de la educación pública de lo que hoy existe. Ver los escalafones de los colegios, donde si acaso accidentalmente alguna entidad oficial obtiene ubicarse entre los sobresalientes, resulta una experiencia dolorosa por cuanto queda a todas luces explícita la desigualdad rampante. No pareciera haber allí, por descontado, ningún propósito diferente a mantener el bache que precisamente es el enemigo de la justicia social en referencia a la igualdad de oportunidades y la entrega de los instrumentos mínimos para que cualquier persona quede abastecida de los elementos propios para su realización.
En Colombia, mucha gente piensa que la clave está simplemente en la constitución de un Estado fuerte, es decir, en el ejercicio de la autoridad a través de los canales institucionales. Esto, por supuesto, es una parte del engranaje colectivo. Pero ello quedaría cojo, sin duda, si enfrente no hay, por igual, una sociedad fuerte. Es decir, una sociedad que por cuenta de su cultura, de su ilustración, de su amoldamiento y fluidez social, requiere de la menor participación del Estado para cumplir sus objetivos. Y en eso la educación es la materia principalísima.
De modo que la educación no compete solamente, como se dijo arriba, a la realización de los fines personales, sino en la misma proporción a los colectivos. Y es ahí, justamente, donde Colombia exige esfuerzos a la par. Porque, a fin de cuentas, de lo que se trata en la educación es de hacer mejor a las personas y por lo tanto también generar mejores ciudadanos. Para ello, pues, es imposible no recurrir al diálogo. No por el dialogismo, en sí mismo, sino porque solo conversando es posible entenderse, por lo demás siendo ello ejemplo en un país hastiado con el sordo lenguaje de las balas y la erosión infausta de la hostilidad social.
Sobre la mesa están, pues, las posiciones discrepantes. Muchas de ellas no tan lejanas como en principio pudieran avizorarse. Hoy, día de los trabajadores, remembranza de la persecución despiadada a Sacco y Vanzetti, hace décadas, debería concitar aquello de lo que Colombia tanto habla y casi nunca práctica: el diálogo sin amenazas. Hasta conseguir, dentro de los plazos apremiantes, soluciones razonables.