La grandeza indiscutible del Libertador Simón Bolívar y el desconocimiento e ignorancia de las nuevas generaciones con respecto a sus hazañas y servicios a Colombia -nombre que el gran hombre le da a la República que se constituye al fundirse la Nueva Granada, Venezuela y Ecuador, posteriormente con Panamá, en un solo país- en buena hora, mueve a los senadores conservadores, que cuentan con el espontáneo y entusiasta apoyo de otras corrientes políticas, a presentar un proyecto de Ley que le rinda homenaje perenne. La propuesta sienta un precedente histórico, puesto que estaba en mora de más de un siglo y medio de proponerse en el Congreso de la República, dadas las indiscutibles hazañas y sacrificios del Libertador, que dedica su existencia a liberar y organizar estas naciones, lo que lo coloca de lejos por encima de sus contemporáneos; según los legisladores tiene una honda motivación patriótica, conmovidos: ”por la indiferencia que se observa en los nuevos ciudadanos colombianos ante los héroes y símbolos patrios, producto de la ausencia de una educación cívica y de la enseñanza de la historia de Colombia”.
La Gran Colombia se desintegra en 1830 por la conjura de los enanos de la época que no resisten el brillo de la grandeza del Libertador Simón Bolívar y del mariscal Sucre, quienes consagran por las armas la independencia de América y se esfuerzan por unir los pueblos hermanos en un solo país, al tiempo que hacen planes de Estado Mayor para liberar a Cuba y Puerto Rico. En el Congreso Admirable de 1830 que preside el mariscal Sucre en Bogotá, la nación se conmueve cuando éste clama por mantener la unidad nacional a todo trance. Sombríos presagios hieren el corazón de las masas cuando se enteran de que Sucre, sin una comitiva militar disuasiva se dirige a Venezuela, para intentar persuadir al hirsuto Páez de no desmembrar la Gran Colombia. La salud del Libertador se debilita día a día, herido moralmente por la ingratitud de una minoría de sus conciudadanos que intentaron asesinarle la noche septembrina. El futuro pende en ese momento de los laureles de la gloria que enaltecen a esos dos grandes hombres. Y los fatales presagios se cumplen para desgracia de Colombia; al ser asesinado el mariscal Sucre y morir en el mismo año el Libertador. El país se desintegra, reducido a la Nueva Granada y Panamá. Apenas Bolívar y Sucre tenían prestigio militar y político en Hispanoamérica para mantener la frágil unidad de esa nueva potencia en ciernes, los demás políticos a pesar de sus calidades intelectuales y servicios administrativos o castrenses, eran figuras lugareñas, sin horizonte político que concitaban más hostilidad regional instintiva que atracción política en el vastísimo territorio de la Gran Colombia.
Los senadores conservadores han presentado el proyecto de acto legislativo número 17 de 2012. Y dice así: “La figura del Libertador es tan grande y su influjo en la nación tan determinante, que es inconcebible que en nuestra Constitución Política se omita su nombre” cuando los países bolivarianos tienen un legado de grandeza y motivación espiritual que es preciso recordar y asumir con la mayor responsabilidad histórica. Y con luminosa razón, agregan: “el olvido por los acontecimientos más importantes de nuestra gesta independentista, así como de los héroes de la Patria, parece que obedeciera a una consigna intelectual orientada a minimizarlos”. Vergonzoso en el caso del Ecuador, en donde sustituyen a Sucre que les da la libertad el 24 de mayo de 1822 en la memorable Batalla de Pichincha, por el anticlerical y delirante Alfaro. Las hazañas de nuestros grandes generales y los proyectos de los mejores estadistas hispanoamericanos no se comparan con la gesta del Libertador. Ningún otro político, ni en nuestra región ni en Europa, ni en otros continentes se movió por espacios tan vastos y dio tantas batallas en tan adversas circunstancias, no solamente con las armas sino con la inteligencia política y proyectos constitucionales. Y ningún otro político debió ser al mismo tiempo el ideólogo contrarrevolucionario en un mundo abrumado por las utopías de Rousseau, el racionalismo exacerbado y la imitación absurda del federalismo, para intentar forjar el democesarismo y evitar que estas naciones se consumieran por la debilidad del Estado en fratricidas guerras civiles, que por renunciar a su credo contrarrevolucionario a su muerte ensangrientan el país una y otra vez, hasta nuestros días. La noble y patriótica iniciativa de modificar el Preámbulo de la Constitución lleva la rúbrica de los senadores Hernán Andrade, Carlos Barriga, Carlos Ramiro Chavarro, Efraín Cepeda, José Iván Clavijo, Juan de Jesús Córdoba, Juan Manuel Corzo, César Tulio Delgado, Eduardo Enríquez, Nora García, Juan Mario Laserna, Myriam Paredes, Liliana Rendón, José Darío Salazar, Luis Emilio Sierra, Olga Lucía Suárez, Fernando Tamayo, Germán Villegas y Gabriel Ignacio Zapata.