Si hay un ejemplo de la incapacidad de la comunidad internacional ese es, sin duda alguna, Haití. El país caribeño registra casi todas las problemáticas y desgracias que pueden derruir una nación: violencia indiscriminada, corrupción al más alto nivel, pobreza extrema, aparato institucional inexistente, quiebra económica generalizada y, como si todo lo anterior fuera poco, ha sufrido terremotos y el paso de huracanes. Es tal la crisis en esa nación que no pocos expertos consideran que es el principal “Estado fallido” del planeta.
Lo más grave de toda esta situación caótica es que no es una situación nueva ni reciente, por el contrario, desde hace décadas los haitianos están azotados por una debacle multidisciplinaria. Los que pensaron que la caída de la violenta dictadura de los Duvalier abriría un horizonte de esperanza para su población, terminaron por entender que si bien el régimen finalizó la posibilidad de instaurar una democracia y un sistema político, económico, social e institucional funcionales nunca se concretó.
En contraste, hoy la nación caribeña es un país sin norte. Ayer, por ejemplo, terminó renunciando el desgastado primer ministro Ariel Henry, quien reemplazó al asesinado Jovenel Moïse, en 2021, magnicidio en el que desafortunadamente estuvieron involucrados exmilitares colombianos. Es más, semanas atrás hasta la esposa del fallecido mandatario terminó siendo mencionada en el caso.
Su permanencia en el poder era insostenible, no solo porque el gobierno era incapaz de recuperar el control de la seguridad y el orden público, ya que gran parte del territorio está hoy bajo el imperio de las violentas pandillas, sino porque la crisis social y económica está en sus índices más altos de las últimas décadas.
Se supone que ahora el poder en Haití lo debe asumir una junta de gobierno temporal cuya principal misión será la de organizar la próxima elección presidencial.
Lo más complicado de todo este panorama es que desde hace años distintas instancias de las entidades multilaterales han estado haciendo presencia en ese país. Misiones de varias agencias de la ONU, la OEA y otros organismos han asistido a la población y las autoridades haitianas. Muchos recursos financieros, humanos y técnicos han sido destinados, pero, a la luz de la crisis actual, se evidencia que los resultados son poco eficaces. Como se dijo, un fracaso de la comunidad internacional en toda la línea, en tanto la atribulada población naufraga en la violencia, la pobreza extrema y el no futuro.