- En cuatro semanas recobró impulso geopolítico
- Maduro y sus trampas no lograron neutralizarlo
Impactante. Así fue el momento en que el martes en la noche, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuando pronunciaba su discurso anual de “El estado de la nación” ante el Congreso en pleno en Washington, reveló que en el hemiciclo de la primera potencia mundial se encontraba el símbolo de la libertad y la lucha contra la dictadura chavista en Venezuela, Juan Guaidó. Dirigiéndose a él como “Presidente”- tal cual es reconocido por más de 50 gobiernos-, el titular de la Casa Blanca reiteró que su país sigue apoyando la cruzada para acabar con la satrapía, prometiendo que será prontamente “aplastada”. En medio de la sorpresa de muchos senadores y Representantes, lo cierto es que, de inmediato, las bancadas Republicana y Demócrata se pusieron de pie y aplaudieron al unísono a un Guaidó que, en tono adusto e institucional, agradeció tan contundente muestra de apoyo bipartidista norteamericano, cuya significancia es aún mayor si se tiene en cuenta que ambas colectividades tienen muy pocos puntos de coincidencia, más ahora en medio del fallido juicio a Trump y la agitada campaña electoral presidencial.
Esa imagen de Guaidó recibiendo semejante respaldo geopolítico bien podría tomarse como el punto máximo de su repotenciación interna y externa. No hay que olvidar que un año atrás, por estas mismas fechas, se daba por descontado que la dictadura de Nicolás Maduro estaba a punto de caer, no solo porque Guaidó había sido escogido -en la primera semana de enero de 2019- como presidente de la Asamblea Nacional, el único bastión opositor, sino principalmente porque días después fue designado por la misma instancia como Presidente interino de Venezuela, tras considerar al régimen chavista como “usurpador” del poder institucional y constitucional. De inmediato Estados Unidos, Colombia y varios países latinoamericanos lo reconocieron como el mandatario legítimo, en tanto que en las calles de esa atribulada nación millones exigían la caída de la dictadura y dar paso a un gobierno de transición para retornar al cauce democrático.
Aunque Maduro desdeñó al comienzo la figura de Guiadó y su investidura presidencial, en cuestión de semanas entendió que no se trataba de un rival menor, más aún ante el creciente apoyo y reconocimiento internacional al mismo, incluyendo la capacidad que le dieron más de medio centenar de gobiernos para designar embajadores e incluso manejar compañías y capitales de empresas venezolanas en el exterior, aumentando así el cerco político, diplomático y económico al régimen.
Sin embargo, la violenta represión del chavismo a sus contradictores, el bloqueo político y judicial a la Asamblea así como los errores propios de la coalición opositora, debido a rivalidades partidistas y puja de egos, llevaron a que ese pico de movilizaciones y presión política interna de enero y febrero contra Maduro y compañía empezara poco a poco a perder fuerza y capacidad de convocatoria. El régimen, soportado en los apoyos geopolíticos de China y Rusia, logró entonces un respiro y las esperanzas de que su caída fuera inminente empezaron a difuminarse.
Si bien el Presidente interino no bajó la guardia, nunca pudo imponer a nivel interno una sola orden o decisión. Incluso una nueva intentona política para sacar a Maduro del poder resultó fallida. Ello explica por qué 2019 cerró con la dictadura lista a darle un ‘golpe de gracia’ a Guaidó, comenzando por impedir su reelección como presidente de la Asamblea. A punta de sobornos a algunos diputados de la oposición, violando el reglamento parlamentario y con otras maniobras espurias, incluyendo la de impedirle, con fuerza policial, a Guaidó el ingreso al recinto, el chavismo impuso a Luis Parra como cabeza del Legislativo. Sin embargo, fue tan burda la estrategia que nadie la reconoció y en medio de las condenas nacionales e internacionales contra esa trampa, por fin el presidente legítimo de la Asamblea logró, un día después, a empujones, entrar al hemiciclo y ser reelegido por mayorías inapelables.
Tras un mea culpa político en el que aceptó los errores cometidos en el último año, Guaidó decidió, entonces, acelerar su cruzada. Así, pese a la persecución del régimen, en las últimas cuatro semanas emprendió una gira de alto nivel por Colombia y varios países suramericanos. Pasó luego a Europa, en donde fue recibido por varios gobiernos y presidentes, e incluso fue protagonista del Foro Económico Mundial, en Davos (Suiza). El culmen fue el martes pasado en el Congreso de Estados Unidos, siendo apoyado por el presidente Trump y los partidos Republicano y Demócrata.
Es claro, entonces, que Guaidó logró en cuestión de cuatro semanas repotenciarse geopolíticamente y que el reto ahora es impactar con fuerza a nivel interno. Maduro, más allá de su beligerante y delirante perorata política contra sus críticos locales e internacionales, sabe que su principal rival regresa ahora a Venezuela con renovados aires y con la intención de redoblar esfuerzos para sacarlo del poder y acabar con el infierno a que su dictadura tiene sometida a Venezuela. Habrá, entonces, que esperar el curso de los acontecimientos de esta nueva fase por la libertad y la democracia.