Una materia que debiera ser parte clave en el pensum escolar es la seguridad vial. Podría impartirse, incluso desde el kínder. En este tema ocupa sitio preferencial el de la tolerancia. En las vías urbanas y carreteras hay verdaderos cavernícolas al volante, que por cualquier incidente, una “cerrada”, sacan a relucir su temperamento agresivo y la emprenden contra la persona que quizá de manera involuntaria generó el roce.
Muchos casos de violencia se dan entre conductores que siempre están a la defensiva prestos a golpear, no tienen más argumento que el del ataque verbal y físico. El origen de estas conductas, lo más seguro viene del hogar, de no haber recibido instrucción en la niñez para la vida adulta. Por eso reaccionan de manera bárbara. La tendencia a burlar las normas de tránsito, a conducir en estado de embriaguez es también consecuencia de ignorancia, falta de cultura ciudadana que sin duda tendría que haber sido inculcada en los primeros años.
Las actitudes díscolas, insistencia en violar las reglas, manejar borracho; la intolerancia ante cualquier contratiempo, están relacionadas con la poca o nula instrucción recibida en la infancia. Se debe recordar que las enseñanzas que quedan impresas en la memoria y se tornan imborrables a lo largo de la vida son las recibidas en la infancia, cuando la mente es receptiva tanto a las lecciones como a las imágenes. Así que la cátedra del civismo en lo relacionado con el tránsito y la seguridad vial es lo más recomendable para que los niños se familiaricen y sepan que estar preparados en esta área les puede significar en el transcurso de los años evitar tragedias, dolores y malos ratos.
La educación vial abarca diversas fases que no solo van para conductores de vehículos, también los peatones tienen que respetar las leyes y reglas establecidas que se orientan a salvaguardar la vida. En Colombia la tasa de accidentes de peatones es muy alta. En muchas ocasiones se atribuye a la irresponsabilidad de los transeúntes, que suelen cruzar las grandes avenidas por sitios no indicados, como las cebras, y atentos a la luz verde del semáforo. Resulta absurdo que estando un puente peatonal a pocos metros, el caminante prefiera arriesgarse a cruzar una avenida de intenso tráfico, omitiendo el puente, con lo cual puede ir a parar bajo las ruedas de algún automotor.
Bajo todo punto de vista la educación de los niños y jóvenes en el respeto a las normas que rigen el tráfico es esencial. Si queremos en un futuro próximo generaciones respetuosas de las normas y derechos ajenos, conscientes de la necesidad de obrar de manera correcta cuando se está al frente del volante, función en la cual es obligatoria la sobriedad -ni un solo trago-, igual para los transeúntes que no deben poner en peligro la vida de manera innecesaria, por pereza de transitar por el puente peatonal, es necesario preparar a los niños de hoy para los retos del porvenir. Porque en verdad les resultará bien difícil enfrentar la jungla de asfalto si desde los primeros años no han aprendido a desenvolverse frente al reto diario en vías y carreteras.
Seguramente en países de alta cultura la gente ha recibido la enseñanza respectiva para actuar de manera adecuada y cívica en las generalmente congestionadas calles de las metrópolis y en las carreteras. Aquí cada vez es mayor el número de carros en las vías lo que acrecienta los peligros para peatones y desde luego de accidentes, que se han incrementado por la cantidad de motos que ruedan en todas las ciudades grandes, medianas y pequeñas. Para el manejo de éstas sí que se requiere instruir a los motociclistas, ya que la mayoría incurre en violación de las normas.