Cambio de mando en El Salvador
Cunde la desesperanza
Las noticias sobre la evolución política de El Salvador suelen ser un tanto fragmentarias, se refieren a menudo a hechos de violencia, el país aún se debate en medio del posconflicto, así haya corrido tanta agua bajo los puentes desde el acuerdo de paz que se pactó en el castillo de Chapultepec en México en los años ochenta. Proceso de paz en el cual se le reconoce al expresidente Belisario Betancur un valioso aporte para desarmar a los bandos y conseguir que entraran a negociar. La apuesta por la democracia y la civilidad no se ha consolidado del todo y los hechos sangrientos se suceden de manera implacable. Las heridas que dejó la guerra civil en una nación de 6 millones de habitantes y 21 mil kilómetros cuadrados de extensión, son inmensas; no hubo sector de la sociedad que no pusiera su cuota de muertos, heridos y víctimas de los horrores de la violencia crudelísima. En un momento dado no solamente se combatía en los campos, en las montañas, sino que por todas partes corrían ríos de sangre y la locura se apoderaba de la población civil no pocas veces atrapada entre dos fuegos y utilizada como escudo por los bandos armados.
El posconflicto ha sido más prolongado y violento de lo que se esperaba. Proliferan viejas y nuevas bandas que se disputan los negocios ilegales, que acosan a la población en sus zonas de influencia, reclutan niños y abusan de las mujeres, lo mismo que se lucran de toda suerte de actividades ilícitas. El país figura entre los cinco más peligrosos del mundo; la tasa actual de homicidios pasa de los 400 por cada 100.000 habitantes. En algunas zonas rurales las pandillas se han tomado el poder municipal y regional, ya ni siquiera intentan justificar su acción homicida y depredadora con la supuesta afiliación a doctrinas marxistas, eso pasó de moda. Se trata de mantener la ley del más fuerte de una manera brutal y pragmática. En el presente año electoral la barbarie se ha disparado, las gentes siguen llorando impotentes a sus muertos sin que se ponga fin a la carnicería. La debilitad del Estado y la impunidad degradan la vida colectiva de manera abrumadora. La sociedad parece resignada a mal vivir en las peores condiciones. Los valores humanos y de la civilidad se hunden da a día. Los agentes de la paz y los partidarios de sacar al país del bache del atraso son rebasados por la cruda realidad. Las prisiones semejan colmenas en las que todos se han enloquecido, guardianes y prisioneros, con un índice de hacinamiento superior al 300%, se espera que en cualquier momento se produzca una catástrofe.
El exguerrillero Salvador Sánchez Cerén, tras participar en una reñida campaña, ofreció lo mismo que sus antecesores: robustecer los esfuerzos por la paz, reconciliar los bandos hasta donde sea posible en un país erizado por la violencia. Su compromiso fundamental es por la lucha contra el crimen organizado, contra las bandas que azotan a la población y que pretenden cobrar peaje a los civiles. Sus predecesores de izquierda habían prometido lo mismo y no consiguieron cumplir su cometido. Las fuerzas de derecha perdieron el poder y no encuentran un dirigente capaz de captar los votos de las mayorías. Esa debilidad de los partidarios del orden es mayor en cuanto al pactar la paz se debilitó a las Fuerzas Armadas, así se organizara la Policía para combatir el crimen, puesto que les quedó grande la tarea.
La crisis económica se agrava por la caída de la inversión extranjera y nativa, los negocios van de mal en peor. Para restablecer la confianza de los inversionistas se requiere de mayor seguridad jurídica y personal, lo que parece un sueño en un país donde los crímenes son meras estadísticas y nade consigue que reaccione la población como un solo hombre contra la violencia. El crimen organizado en los últimos doce años, según cifras oficiales, asesinó a 17.400 personas. En el 2012 se alcanzó a pactar una tregua entre las bandas, que apoyaron sus jefes desde la prisión, lo que bajó temporalmente el índice de criminalidad y asesinatos, la tregua no duró mucho. Favorecer otra tregua e impulsar la reeducación colectiva hace parte de los planes del nuevo Presidente, atrapado en el populismo, que encuentra un país sumido en el caos, el desempleo, la violencia y el atraso.