* El fallo penal contra Trump
* La implícita pareja Biden-Daniels
Ni el Partido Republicano ni el Demócrata fueron capaces de encontrar, entre sus millones de adeptos, nadie diferente al expresidente Donald Trump y al mandatario en ejercicio, Joseph Biden, para asumir el destino del país más poderoso del planeta en los próximos cuatro años. Tal es el origen real de la dramática situación que hoy se vive en Estados Unidos.
En todo caso, se hizo efectiva la temeraria configuración de un teatro político que, luego del fallo penal de primera instancia de esta semana contra Trump (que no lo inhabilita y anunció apelará faltando una larga trayectoria para quedar en firme), promete desenvolverse en una espiral huracanada, en constante ascenso, hasta el 5 de noviembre próximo, fecha de las elecciones. Además, con inciertas consecuencias sobre un mundo trastornado de antemano en diversos flancos geopolíticos.
No dejaría de ser así cuando el sentido democrático adoptado por ambas partes consiste en dar vía libre a la hostilidad extrema y sacar de esa caldera del diablo réditos electorales. Lo cual no se trata de una emulación democrática entre rivales, contrincantes o adversarios, sino de un circo romano entre enemigos y a muerte (lo único en que parecen estar de acuerdo). Mejor dicho, “muera Sansón y sus filisteos”. Con tal de cantar victoria.
En esas condiciones, para cualquiera es deducible que un riesgo de tales características puede inducir a que la primera potencia mundial agote sus energías en esa batalla interna energúmena, en la que a decir verdad también se enfrentan dos visiones de lo que son y significan los Estados Unidos, y que de otra parte sus malquerientes internacionales vean la oportunidad de sacar mayor provecho al ya logrado.
Hace unos meses, ciertamente, no estaba del todo claro que una figura tan altamente polémica como la de Trump pudiera de nuevo empinarse ante la opinión pública y que, pese a incidentes previos como los conocidos episodios del asalto al Congreso, pudiera catapultarse de alternativa política factible. Sin embargo, esa posibilidad fue abriéndose camino a raíz de los estragos causados por el gobierno Biden, desde la alrevesada salida de las tropas estadounidenses de Afganistán, cuando desde el comienzo se midió el aceite de lo que sería el resto de su cuatrienio.
En efecto, del mundo en relativa paz que había dejado Trump, aun siendo un personaje antipático, se pasó entonces a la mundialmente impactante guerra en Eurasia, luego al terror desenfrenado en el Medio Oriente (con la matanza del 7 de octubre pasado de Hamás en territorio israelí y sus consecuencias), al mismo tiempo, a las maniobras militares chinas en Taiwán y en general al desquiciamiento de la geopolítica universal. Hasta el punto de que no pocos aseguran que estamos en el prólogo de la Tercera Guerra Mundial.
En suma, de un orbe más o menos disuadido de la paz como fundamento del concierto de las naciones surgió, al alero de la fragilidad de Biden y sus promesas incumplidas (por ejemplo, que Putin caería como mango del árbol), uno soportado en la confrontación y la hecatombe bélica.
Por su parte, el inquilino de la Casa Blanca pudo, asimismo, usufructuar los beneficios políticos dejados por las vacunas financiadas y promovidas por Trump contra el covid, en el mandato previo, de paso favoreciendo a la economía. Aunque, no obstante, el manejo de la inflación se volvió una tortura para los norteamericanos (en parte a raíz de la guerra ruso-ucraniana). Al unísono, además, de una mortandad descomunal a causa de la adicción por las drogas ilícitas y la desorientación persistente sobre la migración.
De hecho, si bien la economía de Estados Unidos mostró índices favorables en algunos aspectos, las permanentes salidas en falso de Biden, su evasión de la prensa y su carácter cada vez más cascarrabias le generaron una desconexión permanente con la ciudadanía. Lo cual incidió negativamente en las encuestas, incluso llegándose a desplomar hasta por debajo del 40 por ciento de aprobación de su gestión. Una cifra poco común en el país norteamericano.
En ese panorama, Trump se consolidó de alternativa republicana. Aún así, en las elecciones parlamentarias de medio término, Biden ganó un respiro, apuntándose un sorpresivo triunfo, por lo que también anunció su aspiración de competir por la reelección presidencial. Sin embargo, en vez de decantarse por el buen gobierno, los estrategas demócratas decidieron profundizar la línea de reducir a Trump por la vía judicial. Bajo ese expediente, de visos tanto jurídicos como infaliblemente políticos, pese a la ingenua denegación que algunos pretenden, convirtieron al “monstruo” en víctima. Entonces a Trump no solo le quedó fácil vociferar una cacería de brujas, sino que se catapultó en los sondeos, en especial en los llamados estados bisagra que, como se sabe, son la clave en la determinación de la presidencia.
Con el fallo de primera instancia contra Trump, la implícita pareja del octogenario Joseph Biden y la Tormentosa Daniels pasa factura, cada quien en lo que les toca. En tanto, Trump, el hombre “de los 90 segundos”, según la bomba sexual, seguirá su camino de victimización política, con la bullanguería habitual y a su vez pendiente de si pierde el margen que saca a Biden en las encuestas. O si al contrario lo aumenta en el póquer “sangriento”, por decirlo así, que a ciencia cierta se juega ante la mirada estupefacta del orbe.
Habrá pues que esperar qué le depara a Estados Unidos y al mundo, ambos en el ojo del huracán: si un presidente condenado, pero de improviso salvado al estilo de Lula en Brasil, o uno inconexo y no pocas veces en la estratósfera. Cualquier cosa puede ocurrir en el desafiante reality que presenciamos.
De hecho, algunos podrían exclamar a la par del poeta colombiano: “¡Bendita democracia, aunque así nos mates!”. Claro, si es que de semejante sainete queda algo de democracia.