* La aparición de Clinton
** Recta final de suspenso
En la etapa final de la campaña presidencial de Estados Unidos el Partido Demócrata proclamó como un formulismo la candidatura de Barack Obama, que ya estaba acordada hace tiempo. El tema de la economía se ha convertido en uno de los dolores de cabeza del Gobierno y una suerte de obsesión de la población. La propaganda demócrata se centra en atraer a los indecisos y encontrar la fórmula para raparle algunos votos a su contrincante republicano. Como los fuertes ataques contra Mitt Romney, por su condición de millonario, de hombre religioso y de exitoso empresario, no han conseguido minar su prestigio ni frenar su avance en el electorado, se ensaya una estrategia propagandística indirecta, apelar al espejo retrovisor. Se trata de desempolvar la imagen de George W. Bush, retirado en su rancho de Texas, para mostrarlo como la sombra nefasta y el gran culpable de la crisis económica que durante su gestión sacudió las altas finanzas de esa potencia, junto con una ácida y renovada crítica a su gobierno. El truco dialéctico es evidente.
Clinton sostuvo que el republicano George W. Bush le dejó como herencia a Obama en lo económico un “desastre total”, y que en estos cuatro años el presidente Obama ha sentado las bases para una recuperación que apuntala la economía de EE.UU. con miras al futuro. El expresidente enumeró una tras otra las fallas de ese gobierno y no escatimó adjetivos contra Bush, como si Romney fuese responsable de la gestión del político texano. Claro, omitió decir que, a pesar de que él dejó como gobernante unas finanzas estatales con superávit, también es el gran responsable de haber abolido las regulaciones a la banca en un exceso de neoliberalismo, lo que precipitó grandes especulaciones financieras y negocios turbios entre los banqueros, las aseguradoras y los agentes inmobiliarios, burbuja que estalla en el gobierno de Bush, con el oscuro episodio de las quiebras en cadena en Florida, que extienden el efecto dominó a otras regiones. En sana lógica Clinton y Bush tienen algún margen de responsabilidad en esa honda crisis de la que apenas a ritmo lento empieza a salir Estados Unidos.
La política interna demócrata ha cambiado, Obama carece del apoyo providencial de Ted Kennedy, que le ganó a un grueso número de intelectuales, de artistas y las simpatías de los sectores más liberales de ese Partido y de los medios de comunicación, cuyo influjo es inmenso. Así que apeló a Bill Clinton, cuya facilidad de palabra, ascendiente en las multitudes y habilidad política son proverbiales. Y la jugada ha dado resultado. La aparición de los dos políticos produjo, en medio de un público un tanto desconfiado por el empate técnico en el cual se mueven la candidatura republicana y demócrata, lo que evidencia un desgaste en el poder de Obama, un choque eléctrico de optimismo. Obama y Clinton fueron aplaudidos con el más vivo entusiasmo por sus seguidores. En estas alturas de la campaña presidencial Obama, un elocuente maestro de la palabra, ha dicho todo lo que se puede decir desde el gobierno sobre la política, la economía, los asuntos sociales e internacionales. Así las cifras de desempleo y otros rubros polémicos de su política no concuerden con los guarismos en rojo en algunos campos. Y como los ataques personales contra Romney no han conseguido su objetivo, lo del espejo retrovisor es un recurso desesperado para darle un vuelco a la campaña. Obama, habilísimo político, recoge lo que sembró, en el pasado derrotó a la señora Clinton en pugna por la candidatura demócrata, al llegar al gobierno la nombra Secretaria de Estado; hoy Bill Clinton se la juega por la reelección.
Y no podía faltar la señora Michelle Obama, prestigiosa abogada que ha sabido jugar al lado de su marido un papel determinante en la Casa Blanca. Lo hizo bien y ganó el aplauso del Partido. En un país en donde el voto femenino es decisivo, su concurso positivo resulta vital de cara a las elecciones. A partir de ahora se avanza en la recta final y la campaña se recalienta, los cañones de alta potencia dispararán su artillera pesada contra el adversario y los millones de la propaganda son decisivos. Es cuando se dan los más duros ataques y suelen salir los trapos al sol, dado que lo inesperado puede torcer el voto indeciso. Sin duda, todo indica que será una recta final de suspenso.