Entrañable amigo de Colombia | El Nuevo Siglo
Miércoles, 25 de Junio de 2014

*El talante de Ramón J. Velásquez

*Un demócrata insobornable

Se les atribuye a los tachirenses  en Venezuela la propensión a la carrera de las armas, por lo menos desde la  época del general Cipriano Castro y del general Juan Vicente Gómez, que desde tierra colombiana organizan la ofensiva militar que da al traste con el gobierno de Ignacio Andrade, político de origen colombiano. A partir de ese momento en el filo  del fin del siglo XIX,  varios caudillos militares originarios del Táchira, llegan al poder. La Venezuela moderna se destaca por ser el soporte de varios gobiernos de corte militar. En el caso de Ramón J. Velásquez, nacido en la población de San Juan de Colón en el Táchira, en 1916, éste se sale del cartabón militarista de sus coterráneos para inclinarse con ardor al periodismo, las letras, el derecho, la política y el estudio de la historia. 

 El padre de Ramón J. Velásquez es un fervoroso católico que dirige en San Cristóbal El Diario Católico y su madre una  consagrada  educadora, que no se limitaba a transmitir conocimiento a sus alumnos sino que se esforzaba por inculcarles valores. Como su familia había estado en el exilio político en la zona fronteriza de Colombia, donde los suyos habían sido recibidos con cálida hospitalidad, guarda un cariño entrañable y gran interés por nuestro país, de cuya historia política y personalidades más destacadas tenía conocimiento profundo, fuera de la amistad personal con los más destacados políticos colombianos de ambos partidos. El ambiente de su niñez, según les comentaba  a sus contertulios, entre los que podía estar Rómulo Betancourt,  Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri, Alejo Carpentier y los intelectuales y políticos del momento, en San Cristóbal, se concentraba en las lecturas que su padre le aconsejaba y las que le recomendaban los colombianos que pasaban por la ciudad. Deja el terruño y con el título de bachiller se traslada a Caracas, donde estudia y se gradúa de abogado  en la Universidad Central y se convierte en dirigente estudiantil, lo que lo da a conocer entre las personalidades más influyentes. Lo que más lo atrae es el periodismo. Al caer las viejas dictaduras que sofocaban la  libre expresión y coartaban la disputa ideológica, las salas de redacción de los nuevos  diarios, que circulan de mano en mano y se leen con avidez, se convierten en  verdaderos laboratorios políticos y literarios. Uno de sus libros, Confidencias imaginarias con Juan Vicente Gómez, se considera una obra maestra sobre la anatomía de esa dictadura y su tortuosa relación con los venezolanos. Escribió  desde la clandestinidad el Libro Negro contra el régimen. Como muchos otros intelectuales conoció la prisión por defender la libertad frente a la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. Lo acusan de estar involucrado en una conjura para cometer un magnicidio contra el dictador, por esa infamia lo recluyen en las mazmorras de la Prisión de Ciudad Bolívar.

 El público lee con el más vivo interés los artículos un tanto románticos de  los periodistas que escriben como iluminados sobre el porvenir de la democracia venezolana. A su vez, los políticos se interesan por conocer al periodista que defiende con valor y la más fina dialéctica el ideal de una democracia libre e independiente.

 Rómulo Betancourt simpatiza con el talentoso periodista, le tiende la mano para que “lo acompañe en la tarea de edificar la  Venezuela democrática”.  Como Secretario General de la Presidencia de Betancourt se esfuerza por multiplicar las escuelas en todo el país, edificar más colegios y aumentar el presupuesto de la Universidad pública. Entre la prensa y la política se mueve ese formidable escritor cuya vida  se acaba de extinguir en Caracas. Dirigió  en dos oportunidades   el prestigioso  diario El Nacional y otras publicaciones; en lo político sería entre otras cosas: Senador, Diputado, Ministro, Secretario de la Presidencia y Presidente de la República en 1992.

Ramón J. Velásquez, desde la Presidencia de la República consigue que el Congreso le apruebe la Ley Habilitante, para facilitar la acción del gobernante evitando los escollos que suelen levantar los legisladores. Al llegar a Miraflores, el comandante Hugo Chávez se vale de esa norma y poderes excepcionales para gobernar a su antojo y predominar durante las peores crisis de su controvertida gestión. Velásquez era alérgico a las  vanidades sociales, la adulación y el tumulto colectivo, como político contribuye como el que más para favorecer el entendimiento diplomático entre Caracas y Bogotá, por encima de las barreras ideológicas; confesaba que profesaba el más conmovedor sentimiento grancolombiano y deploraba la tragedia colectiva de la quiebra de la grandiosa obra geopolítica de Bolívar, por cuenta de miopes políticos venezolanos y colombianos.