El valor de Guaidó | El Nuevo Siglo
Martes, 5 de Marzo de 2019
  • Sigue la lucha en Venezuela
  • ¿Rusia comienza a tomar distancia?

 

El retorno, sano y salvo y por los canales propios de la migración normal del presidente interino Juan Guaidó a Venezuela es una buena noticia. Es la demostración fehaciente de que el régimen madurista no pudo actuar, como había prometido, encarcelándolo o recurriendo a otras vías de connotaciones aún peores. Esto quiere decir, de una parte, que el cerco diplomático ha producido garantías para la salvaguarda de la legitimidad venezolana encarnada en el joven mandatario y, de otra, que internamente cualquier acto contra aquel significaría de inmediato la chispa que rebosaría la copa del cinismo.

El bloque prodemocrático, encabezado por Estados Unidos y Colombia, ha dejado pues sentir sus efectos. Es el primer resultado de una estrategia que ante todo busca recuperar las libertades, salvar al pueblo venezolano de la hambruna y reinstaurar la democracia allí donde la satrapía de unos pocos, aun apoyados por unas Fuerzas Militares que tendrán finalmente que tomar una decisión en favor de la legitimidad, pretende entronizarse para continuar el desfalco y la desfachatez en medio del baile, la mofa y la trapisonda.

Está bien, desde luego, que Colombia asuma el reto de encabezar las denuncias contra el régimen que no aguanta ya más putrefacción y que busque las salidas necesarias para superar de una vez por todas la crisis más grave que afecta al continente latinoamericano. Hacerse el de los oídos sordos, sentarse como un convidado de piedra en el Grupo de Lima, como algunos proponen, mejor dicho, ser un aliado menor y a propósito inane no puede ser la conducta de un país que, como Colombia, se precia de ser una de las democracias más antiguas de América y del mundo. Semejante política, o sea, la política del avestruz sería tan nociva como desdecirse de los principios internacionales básicos que han sido el norte permanente de todas las administraciones colombianas.

Nadie dudaría, en efecto, que la gira de Guaidó por diferentes países de América del Sur, empezando por Cúcuta, ha dejado entrever que existe no solo una solidaridad diplomática, de alto nivel, sino que proviene esencialmente de los pueblos latinoamericanos visitados. En ninguna parte, efectivamente, se levantaron voces en favor del régimen madurista mientras los presidentes de Colombia, Brasil, Paraguay, Chile y Ecuador, así como el vicepresidente de los Estrados Unidos, encabezaron los anhelos multitudinarios de poner fin a la satrapía venezolana. Eso es irreversible.

En tanto, la visita de la canciller madurista a Rusia fue un verdadero fiasco. No encontró allí el régimen el eco que pensó encontrar en Vladimir Putin. Desde luego, Venezuela se encuentra en buena parte hipotecada a esa nación como a China que no van a dar su brazo a torcer seguramente hasta que en la transición no les sea garantizado el pago de las deudas adquiridas por el chavismo. Es muy posible que esa sea una negociación que el régimen legítimo deba abocar más pronto que tarde.

La presión sobre el régimen de Maduro no ha cambiado un ápice. Y Colombia tiene que seguir liderando. Hoy existe, ciertamente, en la figura de Guaidó la persona que no se había encontrado, durante mucho tiempo, en la oposición. Desde luego, a futuro vendrán las apetencias normales dentro del sistema democrático. Al mismo tiempo, sería injusto no ver que la mayoría de los opositores están exiliados, en la cárcel o perseguidos y que ya tendrán la oportunidad de actuar libremente. Pero indudablemente en Guaidó se ha encontrado un personaje ante todo valeroso, sin arrogancia y muy cercano al pueblo.

Con solo un mes en el ejercicio del poder, Guaidó pudo constatar en vivo y en directo que el respaldo a su labor y al pueblo venezolano de parte de la mayoría de los latinoamericanos es real. Tendrá que seguir afianzando su sintonía interna, pero muy seguramente en las marchas ya convocadas para estos días el respaldo será mayor al nunca visto. Y esa será otra buena noticia hasta la caída del régimen cuya agonía podrá ser larga pero, de todas maneras, definitiva.