- Dejar atrás la cultura fatalista
- Es válido ver el lado bueno de las cosas
Los años de transición tienen, como su nombre lo indica, la particularidad de que es difícil verlos en perspectiva. Es, precisamente, lo que sucedió en el acumulado de estos doce meses que terminan. Porque la característica fundamental del periodo ha sido, ciertamente, la de producirse modificaciones sustanciales nacionales sin que se hayan advertido en toda su magnitud en el agitado trayecto del día a día
Este periódico seleccionó, hace un par de semanas, a las mujeres colombianas y sus protagonistas como el Personaje del Año. Existe allí una inmensa cantidad de futuro y por eso quisimos relievar los diferentes aspectos en que le dieron brillo al país, tanto en la política como en el deporte, la cultura como en la economía.
Para Colombia es fundamental, a no dudarlo, recuperar la esperanza. Muchas veces y desde hace muchos años los medios de comunicación a veces hacemos eco de los elementos negativos, en tantas aristas que se presentan en un país que ha sufrido, desde los diferentes flancos, arremetidas inconmensurables contra las instituciones. Eso de alguna manera ha suscitado una cultura fatalista. Pero asimismo, en el 2018 pudo avizorarse con toda claridad la capacidad de resiliencia que tiene nuestra nación y los resortes que le permiten aproximarse al futuro a través de su modo natural de ser.
En tal sentido, la dinámica de estos doce meses produjo una transición, es decir, el cambio de un escenario a otro. Desde el punto de vista de la política por primera vez el país se dividió claramente en dos bloques de centroderecha y centroizquierda. Esto se verificó, del mismo modo, en las elecciones más pacíficas en la historia de la nación. El tema resulta plausible en la medida en que ya se puede dar por hecho que existen dos maneras de pensar y de gobernar. Esto dio pie, por descontado, a una nueva dinámica democrática a la que el país no estaba del todo acostumbrado.
La transición también pudo vislumbrarse desde la óptica económica. No fue fácil reponerse, ciertamente, de la caída de los precios del petróleo, cuando ya los colombianos estaban habituados a los réditos del sector extractivo. Aun así, este año se obtuvo un Presupuesto General de la Nación, para la próxima vigencia, de un monto tampoco visto en la historia del país. En esa dirección, es motivo de entusiasmo el acuerdo a que llegó el presidente Iván Duque con los estudiantes, hace pocos días, a fin de superar la llamada “deuda social” que se mantuvo con este sector en las últimas décadas.
De igual manera, es de exaltar, sin duda alguna, el alto nivel de solidaridad y cultura ciudadana del pueblo colombiano en el transcurso de los últimos doce meses, a raíz del éxodo de los hermanos venezolanos de cuenta de la satrapía enquistada en el Palacio de Miraflores, en Caracas, que ha causado uno de los mayores dramas humanitarios en el planeta, forzando una inmigración sin precedentes.
En estas épocas en que comienzan los eventos del bicentenario independentista, la mejor celebración es la hermandad de dos pueblos que se originan en una misma naturaleza y cuyos ingredientes fundamentales se elevan por sobre los caprichos extravagantes de quienes han entrado a saco en un territorio de la dimensión de Venezuela.
Colombia empieza a vivir, asimismo, un panorama diferente a una guerra abierta y sangrienta que había impedido, por cuenta de un terrorismo infértil y arrasador, las sinergias propias de una sociedad que quiere salir adelante. Desde luego, hay mucho por hacer. No obstante, en el 2018 alcanzaron a otearse los beneficios de un país sin guerrillas, dedicado a sacar lo mejor de sí mismo frente a las dificultades y los retos todavía existentes, en particular el nocivo remanente dejado por el proceso de paz en el auge de los cultivos ilícitos. Por fortuna, el Presidente Duque ha dejado en claro que no está dispuesto a hacerse el de la vista gorda con el tema, puesto que es evidentemente difícil hablar de paz mientras que hay poderes delincuenciales amparados en la bonanza cocalera.
También es un aliciente de este año que, a pesar de la desaceleración económica, la clase media, que ha venido despuntando, se mantuvo como la plataforma estructural básica de un país nuevo. Esto señala a todas luces y precisamente que lo que la gente pretende es educarse, trabajar y mejorar paulatinamente sus condiciones, pasando la posta de las generaciones. Todo lo anterior, así como la elección del Presidente más joven de la América Latina, permite una dosis de positivismo con la cual darle la bienvenida al año entrante. Hemos querido hacer una remembranza de este tipo, sin desconocer las dificultades propias de una nación todavía en construcción, porque durante muchas décadas el pesimismo ha sido el peor aliado. No se trata, pues, de evadir algunas realidades decadentes, pero sí de comenzar a celebrar el Bicentenario por el lado bueno de las cosas. ¡Feliz año nuevo!