El Partido Conservador, por normas de comportamiento que le son propias y dada la Ley que rige los partidos políticos en el país, forzado por la necesidad de sobrevivir, quizá por efectos de la misma mecánica política de haber derivado en un partido bajo la cadena de hierro que imponen sus congresistas para fortalecer sus feudos, al dirigir ellos mismos por indiscutibles resultados electorales la política de la colectividad, se quedó en la carpintería, que es esencial para construir o mantener la estructura política, cuya finalidad es ganar elecciones. Un partido que a lo largo de su rica historia política se había convertido en una colosal fuerza nacional de cambio, orientado por grandes generales y mariscales, como destacaba Gilberto Alzate Avendaño, de pronto se burocratizó, se estancó, se ancló en el bache de subsistir por cuenta de la reposición de votos en metálico que le hace el Estado después de cada elección, gracias al control de los avales. Y con esos recursos se mantiene una burocracia que en teoría maneja la organización partidista, que en la práctica, incluso en Bogotá, está dislocada. Un partido sin una cabeza que movilice ideas tiende a sucumbir, por más que conservealguna cuota burocrática.
Se suelen realizar esfuerzos de forma saltuaria para sacar del marasmo al conservatismo y es mucho lo que han hecho nuestros legisladores más competentes y las directivas, pese a que se cometen errores, superables, como el de salir a pedir que se modifique el escudo nacional para cambiar Panamá por San Andrés. El escudo es un símbolo consagrado por nuestros antepasados, para no olvidar jamás lo que pasó en Panamá, debido a que el país se desgarró por la Guerra Civil de los Mil Días y los panameños, cansados de las guerras y malos gobiernos, de las depredaciones sangrientas y presión de Estados Unidos como gran potencia, fueron forzados a separarse del país. Siendo que los panameños desde lo geopolítico siguen siendo una extensión de Colombia y con el tiempo -no importa cuánto- por la vía pacífica de la integración, podemos y debemos reconstituirnos en la nacionalidad. Que los anarquistas quieran modificar el escudo o los de la izquierda lo intenten, pase. Se entiende. España tiene en su escudo el símbolo de las columnas del templo de Salomón y los legisladores lo han respetado. Los conservadores tenemos el deber de defender los símbolos valiosos de nuestra Patria que se consagraron por la unidad nacional. Y que, por el contrario, ningún congresista conservador hiciera un debate sobre el fallo inicuo de La Haya, es sencillamente grotesco. Egipto perdió el control del Canal de Suez y un día lo recuperó con el coronel Nasser. Llegará el día en el cual por el desarrollo de Colombia y su pujanza los panameños querrán volver a ser colombianos. Como muestra de buena voluntad podemos darles la doble nacionalidad ya, a los panameños por nacimiento, tan solo con pisar territorio colombiano. Esa sería una iniciativa conservadora fundamental. Quienes siguen el hilo de la historia local encuentran que en Panamá el parentesco y la cálida relación entre las familias de la Costa separadas abrupta y trágicamente se mantienen. Colombia jamás debe renunciar a los dictados de la geopolítica ni en Panamá, ni en ninguna región de sus fronteras. Ya vendrán circunstancias mejores…
Hoy se discute en la Universidad, en las academias sobre la validez de la vigencia del Estado colombiano en algunas regiones del país donde no existe el imperio de la ley, no se ejerce soberanía nacional, con millares de hectáreas sembradas de coca y el 70 por ciento del territorio periférico amenazado por la acción de los subversivos y bandas armadas de diverso calibre. Sin contar el desmedro que sufre lo nacional por cuenta de tratados lesivos a nuestros intereses que se firman aceptando la jurisdicción legal de otras naciones de manera irresponsable. Puesto que al estar constituido el Estado por un conjunto de instituciones, estas deben ejercer dominio y coerción. Precisamente, por cuanto la misión estatal es consagrar la unidad y el orden en un determinado territorio en el cual debe prevalecer la autoridad. Sin el orden la paz es una utopía, sin importar lo que firmen en La Habana.
¿Hasta qué punto se cumple esa función estatal esencial en Colombia? Si mientras se negocia en La Habana, las Farc y otros grupos armados asesinan a los soldados de la Patria en esos territorios casi expósitos. Es deber primordial de un partido que se dice conservador defender a todo trance la soberanía en todos los campos de la vida colectiva y promover como objetivo nacional el desarrollo en las zonas de la periferia del país, de lo contrario otras fuerzas lo suplantarán. Y como los conservadores, desde los días del Libertador Simón Bolívar, somos defensores del medio ambiente y la siembra de bosques, debemos promover el cultivo de millones de hectáreas de árboles que le darían nueva vida a la Orinoquia, en el entendido que ese podría ser el sustento de proyectos ambiciosos viables a largo plazo para favorecer con trabajo digno y productivo a los desmovilizados y la población marginal.
El fenómeno más protuberante de los últimos años es que el Partido Conservador, después de que resultó decisivo para que ganara Andrés Pastrana la Presidencia, derivó en una agrupación comodín, que amaga con candidatura propia a la Presidencia o la Alcaldía de Bogotá, para después desistir y apoyar candidatos de otros partidos; se dice que entre los que más aplaudieron a Noemí Sanín el día de su proclamación, varios salieron para montarse esa misma noche en otro carruaje partidista. Eso no se debe repetir. Es preciso derrotar ese mortal pesimismo y ambivalencia, en que están sumidos los jerarcas conservadores y muchos de los cuadros partidistas, para no mencionar la masa desorientada. El asesinato de Álvaro Gómez se constituyó en la peor de las desgracias, puesto que nos privó de un dirigente comprometido con la grandeza nacional, dispuesto a arriesgar su vida por la defensa de los valores eternos e ideales, al que no pudieron comprar con un plato de lentejas trasnochadas. Sin que el Partido Conservador se atreva a tomar sus banderas para cumplir la trascendental misión de invitar a los colombianos a limpiar los establos del Régimen, que por la corrupción sigue envenenando las arterias del Estado.
Al conservatismo compete apoyar con realismo los esfuerzos por la paz con justicia social y los proyectos positivos del Gobierno, como advertir sobre las iniciativas que no sean convenientes para el país. En buena hora el recién posesionado presidente del Partido Conservador, Omar Yepes Alzate, con sus pares de la directiva nacional ha visitado a nuestros expresidentes Andrés Pastrana y Belisario Betancur, para solicitar su valioso concurso en una nueva etapa de la acción política por hacer reverdecer los laureles conservadores, replantear la acción política y despertar la vocación de lucha, o de lo contrario ser fatalmente eliminados en la disputa darwiniana por el poder.