*Desgastado mecanismo de concertación
*Entre las percepciones y realidades
Esta semana el Gobierno expedirá el decreto que fija el incremento del salario mínimo para 2015. Como se sabe, no fue posible alcanzar un consenso en la Mesa Tripartita entre empresarios, sindicatos y el Ejecutivo. Aunque se alcanzó a rumorar que había un preacuerdo y que este se concretaría en una reunión extraordinaria, en cuestión de horas la versión perdió piso y tanto voceros patronales como de las centrales obreras dieron por sentado que no podrían ceder más, abriendo paso así a que, una vez más, sea el Gobierno el que determine el porcentaje de reajuste de la remuneración básica que devengan más de un millón doscientos mil trabajadores en nuestro país.
El fracaso, otra vez, de este mecanismo de concertación salarial abre el debate en torno de su pertinencia, ya que el pulso por puntos y décimas porcentuales termina siendo desgastante para todas las partes ante una opinión pública que sigue con detenimiento las propuestas de los sindicatos y los empresarios, y el papel que cumple el Gobierno para facilitar un acuerdo. No hay que olvidar que si bien el porcentaje de empleados que devenga hoy por hoy ese sueldo básico es menor al que existía años atrás, cuando incluso se calculaba que llegaba a los cuatro millones de trabajadores, el incremento en el salario mínimo marca y guía también el reajuste que se aplica a otras escalas de sueldos, ya sean del sector formal o informal de la economía.
En ese orden de ideas, no son pocas las voces que consideran que el mecanismo de la Mesa de Concertación se ha desgastado tanto que termina volviéndose más elemento de presión que de solución. No es sino ver los cálculos que hacen los medios de comunicación sobre lo que representan, en pesos, las diferencias entre las propuestas de unos y otros. Se trata de cifras que vistas individualmente son pequeñas, casi irrisorias, lo que genera en la masa de trabajadores que ve esa clase de análisis la sensación de que existe en los patronos una actitud que va desde la indolencia hasta la avaricia, percepción que obviamente termina afectando el clima laboral de manera permanente. Negarlo sería apenas ingenuo. Es claro que en el empleado que gana un salario mínimo tienen poco eco los cálculos que hacen los voceros empresariales sobre lo que implica cada punto porcentual de reajuste en el peso que tiene el costo de la nómina dentro de los gastos generales de una compañía, sus índices de rentabilidad o lo que significa en términos de aportes de los distintos elementos de seguridad social, como salud, pensiones y riesgos profesionales, entre otros. Y menos calan las advertencias del impacto de aumentos salariales ajenos a la lógica productiva en materia de presiones inflacionarias, afectación de la política de generación de empleo formal o el desmonte de modalidades de contratación de personal a destajo y sin el reconocimiento de las garantías mínimas laborales.
Por el lado de los sindicatos tampoco termina muy positivo el resultado de las mesas de concertación salarial. Para muchos trabajadores resulta decepcionante ver que quienes dicen representarlos no logran obtener un aumento salarial que llene sus expectativas, sobre todo cuando la discusión se centra en bajas cifras en pesos. Ello es ya de por sí complicado en un país en donde el volumen de afiliación sindical viene retrocediendo indefectiblemente desde hace muchos años. Igual, por más sólidas que sean sus tesis, la Mesa ha demostrado no ser un escenario determinante ni decisorio para viabilizar las posturas de las centrales obreras sobre la necesidad de llevar el pulso salarial a otros temas como la pérdida de poder adquisitivo, la brecha entre ricos y pobres, las escalas tarifarias de los servicios públicos, el costo de la canasta familiar, la calidad misma del empleo, el impacto directo e indirecto de los impuestos, las reformas laborales, pensionales y de otra índole pendientes…
Y, en medio de todo ello, queda un Gobierno que defiende a capa y espada los resultados de su política de empleo, pero al cual el fracaso en la concertación salarial y toda la discusión desgastante que ésta genera, con los resultados ya advertidos y su impacto en la opinión pública, no le terminan generando una percepción positiva. Eso es obvio.
En síntesis, este mecanismo de la Mesa de Concertación Salarial debería ser ajustado, pues el actual genera más peros que soluciones.