· Los protagonismos de último cuño
· Urge estrategia de comunicaciones
De acuerdo con las últimas informaciones oficiales la paz está de un cacho. Todo depende, claro está, de quien lleve la palabra en ese momento. Y esa es una de las nuevas características del proceso: habla todo el mundo y no se sabe cuál es el vocero principal por parte del Gobierno. De modo que así se termina generando, en vez de claridad, confusión. Porque a veces incluso las informaciones son discrepantes y en otras son retazos que no permiten una perspectiva global.
En principio, el vocero principal era Humberto De la Calle. El país se acostumbró a su voz pausada y dialéctica, lo que en algunas ocasiones permitió salvar el proceso en circunstancias azarosas y difíciles. Aunque el proceso no pudo recuperarse del todo de los mecanismos de comunicación usados para explicar la jurisdicción especial y los acuerdos llevados al bloque de constitucionalidad, lo cierto es que en De la Calle la opinión pública encontraba un interlocutor confiable. Tenía, por lo demás, un coequipero valioso en el Alto Comisionado que, si bien dedicado a la coordinación y a sacar avante la estrategia interna, también conseguía explicar adecuadamente las cosas, especialmente en cuanto al norte prioritario de generar las condiciones para la paz territorial. Con ello, pues, se había logrado un tándem de valía, inclusive reconocido por tirios y troyanos. Y que hoy, más que nunca, debería mantenerse como el canal propio y propicio para explicar tanto los avances como los problemas, tal cual ha sido corriente desde hace tanto tiempo.
No quiere decir, por supuesto, que el proceso de paz no haya tenido una de sus principales falencias en la comunicación. Por lo que, sabido esto y cuando parecería entrarse en la fase definitiva, el ajuste en la materia sigue siendo primordial. Aun así, ocurre lo contrario. Ya no es el vocero principal el que suele informar, sino alguno de los acompañantes del proceso, en este caso un parlamentario. Y sale a los medios precisamente en uno de los temas más sensibles: el cese de fuego bilateral, el anuncio de los varios lugares para la localización guerrillera y los mecanismos para el registro y entrega de armas. Se comprenderá, desde luego, que semejante información no puede darse saltuariamente, como si se estuviera dando una simple declaración parlamentaria y ni siquiera con un comunicado de base. Tomar un tema de tal envergadura a la bulla de los cocos, sin darle la trascendencia necesaria y organizar la estrategia debida, no solo genera una banalización inconsecuente, sino que impide concentrar la atención de la opinión pública. Como igual ha ocurrido en otras oportunidades sin preparar los temas con la disciplina y el rigor indispensables.
Suficiente ha sido, en los últimos días, con las declaraciones presidenciales que despertaron un innecesario huracán en contra, al traer a cuento la “guerra urbana” y la cascada tributaria en caso de fracasar el plebiscito, para que, en lugar de hacer los arreglos ineludibles en las comunicaciones, éstas aparezcan más dispersas y al garete. No va a ser fácil explicarle al país la creación de múltiples zonas de distensión, incluso en mucho mayor número que el pensado por el Gobierno, todavía peor si no se configura el escenario comunicativo adecuado y se tienen las respuestas precisas ante los interrogantes que se puedan suscitar. Tampoco va a ser fácil, en caso de que eso ocurra, manifestar que el desarme de las Farc será gradual y en una porción importante después del plebiscito. Por igual no será fácil exponer si el protocolo antedicho también incluirá las llamadas “Terrepaz”, con vocación de asentamiento, o si serán zonas de ubicación en un territorio esporádico, de solo dos o tres meses. Y tal vez más difícil será hacer comprender que aquellas serán lugares vedados para las Fuerzas Militares, a la vez que habrá una especie de delegación momentánea de la soberanía en manos de las Naciones Unidas y cuáles, efectivamente, serán sus procedimientos y atribuciones.
De algún modo, en el transcurso de los diálogos, se ha pasado por alto que una buena negociación tiene a la comunicación como uno de sus aspectos básicos. Mucho más ahora, claro está, cuando se tiene prevista una refrendación popular y ella depende, en buena parte, de una comunicación eficaz y concreta. Curioso que ello no se entienda y que, en cambio, se estén tomando el escenario protagonismos de último cuño cuando, por el contrario, lo que más se necesita es sindéresis, cautela, y ante todo un mensaje unificado.