- Las enseñanzas de Francisco
- Colombia, “luminosa síntesis cristiana”
Ha tenido el país la oportunidad de ver y escuchar en toda la dimensión de Francisco no solo a un Papa latinoamericano, sino a uno de carácter eminentemente jesuita, sin abandonar en un ápice el dogma cristiano y afincado en la doctrina social de la Iglesia.
En tal sentido, resulta verdaderamente extraordinario palpar el espíritu de los tiempos, incurso en la corriente luminosa y avasalladora que viene dada en ese trípode infranqueable y majestuoso de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Cada Pontífice, en su estilo y formas de comunicación, ha llevado en pos de sí al catolicismo como un barco que navega en medio del buen viento y buena mar, a pesar de crisis puntuales. La revivificación del catolicismo, después del Concilio Vaticano II, es un hecho objetivo, y la expansión doctrinaria avanza dentro de los cánones cristianos de ser la única religión del orbe, como lo dijimos en editorial anterior, soportada en el amor a Dios y al prójimo.
La extraordinaria presencia de san Juan Pablo, llevando el dogma y la doctrina hasta los rincones más apartados del mundo, derrotando en toda la línea el concepto materialista de que Dios no existe y de que la religión es el opio del pueblo, así como la irrepetible categoría intelectual de Benedicto XVI, explicando al catolicismo en su acervo más nítido, originario y profundo, fueron fundamentales para llegar hasta el carisma evangelista y humilde de Francisco.
A no dudarlo, la apoteósica visita de Su Santidad deja hondas lecciones a Colombia para el futuro. Ha reconocido aquel, en primera instancia, los esfuerzos hechos en las últimas décadas para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación, con los avances recientes. En tal sentido, se ha erigido Su Santidad como el apóstol de la no violencia, como la voz triunfante de la vida sobre la muerte, y como portaestandarte de su enseñanza esencial que es la cultura del encuentro. Ha hecho Su Santidad una exhortación clarísima en cuanto a que la paz sin reconciliación no existe. Habló en esa dirección al corazón de todos y cada uno de los colombianos, como es la formulación cristiana primordial. No se adentró en temas terrenales como la política, aunque algunos han querido derivar de sus mensajes espirituales categorizaciones que no tienen. Se fundamentó en los postulados católicos fundamentales como la bondad, la caridad y la misericordia. Como se sabe, la predicación jesuita prioritaria es la de salir a buscar los corazones y generar en la vida de cada quien la imitación de Cristo. Como Papa y Obispo de Roma, Francisco ha reiterado la solidaridad con los pobres, sin que ello tenga nada que ver, por supuesto, con las circunstancias de violencia y barbarie suscitadas en Colombia de manera horrífica y cruda. Buena parte de sus disquisiciones, por igual, fueron dedicadas a la preservación del medio ambiente y la protección de los recursos naturales. Una de sus actitudes que debe ser recordada como fundamental y ejemplarizante fue aquella improvisada a la salida de la Nunciatura cuando a raíz de un extraordinario y sintético discurso dado por una niña en situación de discapacidad, expresó que la vulnerabilidad era de la esencia de la humanidad. Eso le sirvió al Papa para decir que todos, salvo Dios, somos vulnerables y que esa es la condición más precisa y exacta del ser humano.
Es claro, a su vez, que como resultado inmediato y general de su visita el Papa arribó a un país nervioso e irritado y al dejarlo le ha calmado su espíritu. Es un primer paso, como él lo ha dicho, en procura de la unidad espiritual que, desde luego, poco tiene que ver con la política. Pero que se corresponde con las necesidades de un país que se encargó de exaltar como poseedor de una “luminosa síntesis cristiana”.
La enseñanza más fehaciente de Su Santidad es la de mirar el futuro, construir un nuevo país, mantener la alegría y hacer de Colombia la nación que, como él dice, “todos soñamos”. Arrinconada la violencia y la muerte, paulatinamente despojado el país de ese sino malévolo, Su Santidad ve en Colombia un portento inigualable. Para ello propone dar el primer paso.
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