El alud de reacciones por los resultados de los comicios presidenciales en Venezuela, las fuertes contingencias en la campaña electoral en Estados Unidos, el desarrollo de conflictos como los de Medio Oriente y Ucrania, así como otros hechos de alto impacto en el deporte, especialmente en lo referente al fútbol y los Juegos Olímpicos, ponen de presente que se requiere un mecanismo de educación digital que permita que la interacción de millones y millones de personas en las redes sociales no termine convertida en lo que hoy es: un polvorín en el que más que expresarse posturas y opiniones sobre hechos de alto impacto, lo que se trasluce es un escenario global de agresión, discursos de odio, desinformación e irresponsabilidad.
Es claro que toda persona tiene derecho a expresar su opinión y que, precisamente, eso es lo que permiten las plataformas de tráfico de contenidos, sin importar el lugar en que se encuentre, su estado socioeconómico, el nivel educativo o cualquier otra circunstancia diferencial.
Sin embargo, el otro lado de la moneda es una sociedad que, por cuenta del alto margen de acción para el anonimato y la impunidad digital, así como la inexistencia de filtros sobre lo que se publica en las redes sociales, cada vez es más violenta, agresiva e intolerante con quien piensa diferente.
Este es un debate que lleva más de década y media sin que se haya podido avanzar de manera sustancial en protocolos que permitan, no controlar ni menos censurar la interacción digital de cada persona, pero sí educarla en la responsabilidad que debe tener sobre lo que publica en estas plataformas electrónicas. No solo por las posibles implicaciones judiciales y pecuniarias, sino también, como lo han advertido muchos estudios, por la construcción de narrativas colectivas en las que los discursos de odio, intolerancia y discriminación, así como los intentos de manipulación son el día a día.
Esta no es una discusión nueva. De hecho, los responsables de las principales plataformas y redes han realizado actos de constricción sobre sus impactos negativos y llamado a desarrollar protocolos de educación digital. Es una tarea que apenas está comenzando, pero en la que se requiere redoblar el paso ante que las consecuencias sean más lesivas que las que hoy se están viendo.