* La tragedia de Colciencias
* Nítidas advertencias de Wasserman
La dramática situación por la que atraviesa el presupuesto de ciencia y tecnología en el país es la demostración clara de que no hay aquí vocación de futuro ni la más mínima ruta que permita abrirle camino a la esperanza dentro del pesimismo y la desolación reinantes. Lo que, desde luego, es una prueba, a su vez, de que Colombia vive enredada en sus propios problemas, siempre mirando hacia atrás, sin generar un horizonte diferente al de quedar presos en el laberinto del llamado conflicto armado interno y su remembranza permanente, lo que asimismo denominan posconflicto, o la estruendosa crisis institucional que se palpa por doquier en medio de los más protervos escándalos de corrupción de que se tenga noticia.
La reducción presupuestal de un 41 por ciento sobre el ya recortado rubro para la ciencia, dejándolo en 222 mil millones de pesos, es decir, apenas unos 18.500 millones de pesos mensuales, se constituye de igual modo en la manifestación categórica de que no hay consciencia ni noción sobre el significado del progreso. Diariamente, en el país, son invitadas múltiples personalidades para debatir y enseñar los retos futuristas; se convocan observatorios, conservatorios, seminarios, conferencias, con grandes esfuerzos publicitarios y nutrida asistencia; se anuncian todo tipo de exposiciones para mejorar la visión y las circunstancias por las que atraviesa el mundo, pero a la hora de nona, cuando se trata de fomentar la ciencia y la tecnología, de generar una cultura interna y real al respecto, todo se queda en nada. De esta manera los colombianos seguimos siendo marginales a los avances universales. Todo nos llega del exterior y no hay un sentido nacionalista en cuanto a la participación que podrían tener nuestros científicos, académicos e innovadores, en los grandes propósitos del orbe. Asumimos, entonces, una actitud plácida, desaprensiva, sin proporcionar los recursos para que en el mismo país se pueda desarrollar la inteligencia de la que nos preciamos pero que no se aplica ni comprueba en los resultados concretos que pudieran confirmarse si hubiera un cambio de actitud.
En el mundo contemporáneo los elementos de identidad nacional se configuran de muchas maneras. La más evidente e inmediata, la más fácil y a la mano, está en el deporte, donde con rigor y disciplina se pueden conseguir resultados como lo han demostrado los atletas nacionales, en lo que el país indudablemente ha mejorado. Incluso ello ha ocurrido a contracorriente porque en muchas ocasiones los triunfos de los deportistas colombianos se obtienen sin ayuda estatal y en medio de la pobreza e inclusive la indigencia de las ligas. De hecho, todavía es lamentable observar cómo muchos campeones se contentarían con el auxilio para alguna casa o para conseguir las oportunidades económicas que son verdaderamente ínfimas frente a los gigantescos presupuestos, o las grandes cifras que se manejan en los certámenes deportivos del mundo. Otro elemento de identidad está en la cultura, cuya expresión colombiana en las últimas décadas se ha venido dando por la vertiente musical, con grandes exponentes y siempre sin colaboración alguna del Estado. Por igual está la historia, con su investigación académica, que sin embargo ha sido borrada de los currículos colombianos. Y del mismo modo puede hablarse de la ciencia, como soporte de la identidad nacional, cuyo fomento en el país es prácticamente nulo y ni siquiera se trata de cenicienta.
Las observaciones y aportes que al respecto ha hecho Moisés Wasserman, en una entrevista para este diario, demuestran el tamaño del abismo que al respecto existe en Colombia. El exiguo presupuesto antedicho no sólo está comprometido, en un 70 por ciento, en vigencias futuras, sino que está a años luz de ser siquiera el 1 por ciento del PIB. De suyo, todos los países vecinos aportan mucho más y ni qué decir de los países asociados en la OCDE, club de naciones desarrolladas al que Colombia quiere entrar. En el exiguo presupuesto, además, se suele confundir la ciencia y la tecnología con las asesorías y la consultorías. Y todavía peor, parte de este termina en los tejemanejes regionales de los politicastros. Es decir un panorama verdaderamente lamentable.
En esta columna editorial seguimos teniendo fe en que los grandes propulsores de la civilización, sin sustituto posible, son la cultura y la ciencia. Aquello, precisamente, en lo que Colombia más desfallece. Pero son aquellas dos vertientes ineludibles las que, por el contrario, nos darían un Nuevo Amanecer. Y en ello estamos por completo expectantes de lo que digan los candidatos. De resto sería permanecer en el oscurantismo del que no hemos podido salir, desenfocados del mundo contemporáneo, que es nuestra verdadera tragedia.
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